Plusvalía emocional

“Pero lo peor es nuestra dependencia emocional de los hombres y de los hijos. Nos sentimos obligadas, sin saberlo, a sacrificar nuestras vidas a los demás, a otorgar todo nuestro amor a costa de no amarnos a nosotras mismas. Es lo que Anna Jónasdottir denomina como ‘plusvalía emocional’: Es altamente probable que el hombre se apropie de una cantidad desproporcionadamente grande de los cuidados y el amor de la mujer, tanto directamente como a través de los hijos. Es como una alineación de nosotras mismas en aras del amor, y tanto éste como el poder dar vida son los dos bienes disponibles que el hombre utiliza de forma individual y colectiva para seguir dominando a las mujeres; bienes que son totalmente insustituibles en el proceso productivo y por tanto determinantes en última instancia. Precisamente de ese amor y cuidado que dedicamos a los hombres es de donde ellos sacan la autoridad y la seguridad que necesitan para seguir ejerciendo el poder. Si el capital es la acumulación de trabajo alienado, la autoridad masculina es la acumulación de amor alienado, añade la autora antes citada. Y más: Pues bien, en la relación entre los sexos, la explotación consiste, no sólo en la apropiación del trabajo doméstico de las mujeres, sino también en la apropiación de su dedicación emocional. Este es nuestro tercer reto. No basta con que las mujeres tengamos una independencia económica y profesional en el ámbito de lo público; no basta con que los hombres compartan el trabajo doméstico; es necesario que nosotras tengamos una independencia en el terreno de la privacidad individual en la que no ejerzamos de madres ni de esposas ni de amantes, sino de mujeres emocionalmente evolucionadas dedicadas también a nuestras necesidades, proyectos y deseos personales. Nuestro exceso de responsabilidad respecto de los otros actúa desproporcionadamente en contra de nosotras mismas. Y esto se traduce en una somatización preocupante de síntomas sin nombre que no sabemos de dónde vienen ni qué significan. Por cada hombre que sufre afecciones psicosomáticas, existen noventa mujeres que las padecen. El cuerpo habla y se rebela porque el inconsciente se manifiesta principalmente en el cuerpo” (Victoria Sedón de León, 2001).

Citado por Díaz Raúl y Alonso Graciela en “Hacia una Pedagogía de las experiencias de las mujeres” – 2002- Miño y Dávila editores. Capítulo II- página 61.

Affidamiento

AffidamientoReconocer en otra mujer, características propias y respetar las diferencias, hace nacer entre iguales un acto de confianza y voluntad en que una podrá tomar decisiones propias con el apoyo de otra. A esta relación se le conoce con el nombre de affidamento, su concepto como tal se debe a la escuela de Milán que tiene su producción teórica-conceptual en los años 1966 y 1986.

El concepto de affidamento nace para nombrar la tutela que entre iguales se da, es compartir los sueños y proyectos propios con las otras, para hacer una causa común frente al poder patriarcal, la cual ha negado la unidad y el compartir entre mujeres con una educación misógina, en donde en lugar de crear alianzas, las mujeres se disputan las migajas del poder que los hombres y mujeres que controlan, les arrojan. El affidarse una mujer a su igual tiene un contenido de lucha política, sirve para darse seguridad y para hacer de su propia idea de la realidad que les rodea. El pacto sorico que se establece entre las mujeres reconoce de una a otra las capacidades y limitaciones que hacen de cada una un ser único. Las mujeres tienen que reconocerse como personas distintas a otras/os, no como extensiones de la casa, familia, pareja o prole para reconocerse de un ser en sí, en un ser para sí. De esa manera, serán capaces de mirar al rededor y confiar en su iguales frente a las/os distintas/os y practicar la confianza (1).

Con el término affidamento, puesto que no hay una traducción literal, se combinan los conceptos de confiar, apoyarse, dejarse aconsejar, dejarse dirigir. Designa entre otras cosas, la búsqueda de referencias simbólicas entre mujeres.

El affidarse de una mujer a su igual puede establecerse, en efecto, entre una jovencita y una adulta, pero este es solo uno de los casos posibles. También puede ser pensado como forma de relación entre mujeres adultas. Dicen las mujeres de la Librería de Mujeres de Milán: “Hemos llegado a la conclusión de que el hecho de affidarse una mujer a su igual tiene un contenido de lucha política…” y han llegado a la constatación de que el affidarse surge espontáneamente entre mujeres, pero sin que ellas mismas tengan conciencia de su potencia (2).
(1) Erika Cervantes. El concepto de Affidamento. Dossier de la Morada, página web.

(2) Publicado en “No creas tener derechos. La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de un grupo de mujeres”.Librería de Mujeres de Milán. Cuadernos inacabados. Horas y horas editorial, España, 1991.

Sororidad

No es sino la «otra cara» de la «hermandad de los iguales» (varones) o «fraternidad». Desde algunas posiciones feministas actuales se reclama «superar la sororidad como modelo de relación entre mujeres», y se propone como alternativa reconocer la «autoridad», que establece una «jerarquía» entre las propias mujeres. Este modelo permitiría «registrar y saber vivir el sentido de superioridad de otra mujer, apoyándose en ella como en una palanca para la liberación de los propios deseos». Pero, desde estas posiciones del llamado affidamento italiano también reconoce que «la manifestación más positiva de un igualitarismo feminista es la sororidad».

¿Qué se entiende aquí por «sororidad»? «Desde su nacimiento, la política de las mujeres ha realizado una operación que sólo ahora se está haciendo evidente: separar la autoridad del poder y hacer orden simbólico, estando este último, quizá inevitablemente, dominado por la síntesis del poder».

Hay que situar la «sororidad» en algún lugar: dentro del «orden simbólico» generado a espaldas del «orden social». Pero cabe objetar que tal ausencia femenina en el orden práctico / político puede ser algo distinto de una opción voluntaria: se trata, más bien, de a quién, por consenso de otros, se le deja elegir entre «lo que hay y lo que sigue habiendo»; algo así como una adscripción al orden puramente simbólico por el mero hecho de ser mujer. Cabe imaginar que la «sororidad», plasmada en la acción y en la participación políticas, ha sido el fermento de los pactos entre mujeres hoy posibles. Pactos que entienden que, más allá de que «en tanto que se nace mujer» se está determinada para toda la vida por esta circunstancia a “un orden simbólico social establecido por los hombres», es posible entrar en una práctica política y desveladora. Los pactos establecidos entre la «fraternidad» de los iguales -esto es, de los hombres/ ciudadanos – incluyen esa óptica patriarcal, que convierte a las mujeres en parte de los objetos pactados; efectivamente, el paradigma de una «mujer» relegada al espacio privado-doméstico no es otra cosa que la condición para que el hombre/ ciudadano pueda dedicarse de lleno a las tareas que exige el ámbito público (político, laboral, etc.). Es posible aceptar la comprensión de la «sororidad» como una progresiva conciencia que, desde lo simbólico, llega a plasmarse en las posiciones políticas donde las «hermanas» la construyen «entre individuas, que libre y mutuamente se la conceden». Y desde esta perspectiva pasaría de ser un «misticismo inadecuado» a convertirse en el camino hacia la pelea política feminista por el reconocimiento de la igualdad, e incluso, contra la mutilación de la más urgente reivindicación de sí como subjetividad individualizada. En este sentido, la conciencia común que han ido tejiendo las mujeres sobre la necesidad de «hermanarse» con otras mujeres confiere al término «sororidad» ese eco positivo, también históricamente detectable, de irse poniendo del lado de la «otra» (y no del «otro», del «hermano») para cuestionar y modificar su puesto de relegación diseñado por el dominio patriarcal.

“Pactos entre mujeres”. Luisa Posada Kubissa.

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