El aborto clandestino está entre nosotras y nosotros

Por Ruth Zurbriggen

Hablar del aborto y la práctica de abortar supone polémicas (me refiero especialmente al aborto inducido ante un embarazo no deseado). La palabra produce efectos variados: provoca, sacude, irrita, desconcierta, aturde, molesta, activa complicidades, evoca experiencias, silencia también…

Abortar y aborto, verbo y sustantivo a los que mejor negarles estatus de palabra dicha y repetida. Sin embargo, la obscena insistencia de ninguneo significa quitarle existencia a las experiencias de alrededor de 500 mil mujeres que año a año interrumpen embarazos de manera clandestina en Argentina (cifra que surge de estimaciones oficiales). Significa volver anónimas las vidas de las que mueren o sufren graves complicaciones de salud por prácticas inseguras, siempre las empobrecidas económicamente.

Digámoslo, las que abortan están en nuestras cotidianeidades, pueden ser maestras, psicólogas, diputadas, concejalas, enfermeras, estudiantas, profesoras universitarias, dirigentas sindicales, trabajadoras sociales, estatales, municipales, empleadas domésticas, periodistas, desocupadas, creyentes, católicas, ateas, agnósticas, feministas, anti-feministas y un largo etcétera. Viven en las ciudades, en los parajes, en las zonas rurales. Puede ser tu tía, tu hermana, tu amiga, la amiga de tu novia, tu novia, tu amante, tu sobrina, tu compañera de curso, tu mamá, tu hija…

Descontextualizar las experiencias, vividas por y en los cuerpos sexuados de mujeres, producen operaciones que obturan los debates. Las abstracciones, los abortos sin nombres y apellidos, despojados de su corporalidad, posibilitan seguir responsabilizando y culpabilizando a las mujeres. Castigarlas por osar separar prácticas sexuales de reproducción: “¿y yo qué tengo que ver? Si les gustó tener relaciones que se la banquen” fue la expresión de un joven varón el pasado 29 de mayo, cuando juntábamos firmas en apoyo al “proyecto de ley de despenalización y legalización del aborto”.

Pero también colabora en que la mayoría de las mujeres que transitan por estas experiencias luego se nieguen a reflexionar con otras (y con otros/xs), lo cual podría ayudar a instalar nuevos términos en el debate y ensanchar así sus límites. Incluso pareciera haber entre las propias mujeres una especie de pensamiento mágico que supone “el aborto no tiene nada que ver conmigo” hasta que se encuentran con un embarazo imprevisto. Más aún, existen investigaciones que dan cuenta que “muchas mujeres entrevistadas tras una interrupción voluntaria del embarazo declararon que se habían manifestado en contra de otras mujeres que se hacían abortos hasta el momento en que ellas mismas se vieron en la situación que las llevó a abortar”, (Faúndes y Barzelatto, 2005 en El drama del aborto).

Como activista feminista no podría dar cuenta de generalidades que categoricen quiénes son las que deciden interrumpir un embarazo inesperado. No hay universalismos posibles. Cada mujer que aborta constituye una experiencia en sí misma. Apenas puedo argüir por los acompañamientos a mujeres que recurren a esta práctica, que el aborto es siempre una instancia compleja, rodeado de una densa carga; no constituye una decisión ni un acto superficial, quizás porque se halla imbricado no sólo el carácter de ilegal y los circuitos de ocultamiento que la clandestinidad supone, sino principalmente por el efecto simbólico del acto de abortar.

Mis registros memorísticos sí describen (contradiciendo las campañas que dicen que si se legaliza la práctica las chicas jóvenes acudirán a ella irresponsablemente) a una mayoría silenciosa de mujeres que son y están ejerciendo la maternidad y que por innumerables razones no quieren tener otro/a hijo/a. Y este hecho también echa por tierra la idea ampliamente enraizada y estereotipada de que las mujeres abortan porque son egoístas.

Vale remarcar que las mujeres se embarazan contra su voluntad por múltiples causas y circunstancias. Entre ellas, carecer de información y acceso a métodos anticonceptivos; no controlar el momento y las condiciones de una relación sexual (coerción, abusos, violaciones maritales); falla del método anticonceptivo utilizado; relaciones sin protección; etc. No leí en la abundante literatura existente sobre el tema que nos ocupa, ni conocí a mujeres que relaten haberse embarazado para después acudir placenteramente a abortar. Ana Langer, especialista en salud reproductiva, sostiene que “ninguna mujer `elige´ el aborto y que éste es el último recurso al que se llega cuando, por circunstancias biológicas, emocionales o económicas, una mujer no puede llevar un embarazo no deseado o planeado a término” (en Página 12, 28-5-10).

Sólo las mujeres que abortan saben por qué terminan por tomar esta decisión, no hay mejor manera de entender sus razones que oyéndolas. Una escucha atenta que lejos de culpabilizar, acompañe la decisión y oriente en cómo evitar nuevos embarazos no deseados, oriente en la posibilidad de ejercer los derechos contemplados en leyes vigentes, oriente para coadyuvar en el ejercicio efectivo de la ciudadanía sexual y reproductiva.

Y es tiempo, cuando nos disponemos a hablar de aborto, de incluir en el debate a todos/as los y las involucrados/as en estas prácticas clandestinas y asumir que las mujeres no abortan solas. Con distintos roles protagónicos, en una realidad que lejos está de ser ficción, al abortar también están los varones que fecundan, los que acompañan y los que abandonan; los y las profesionales que realizan la práctica en clínicas privadas –muchos/as por cuantiosas sumas de dinero-, los y las curanderas, los patrones que exigen test de embarazos antes de firmar los contratos laborales, las familias que brindan apoyo y las que no, etc.

Demostrado está que seguir criminalizando esta práctica no impide su realización. Sí ensancha las desigualdades sociales entre las que pueden o no pagar para acceder a prácticas seguras en manos de profesionales.

Necesitamos la ley que despenalice y legalice la interrupción voluntaria del embarazo en razón del derecho a disponer libremente sobre nuestros cuerpos. Más aún, como nos enseñara nuestra querida compañera feminista Dora Coledesky, “en esta lucha está en juego nuestra propia dignidad –por eso decimos que no es una simple reivindicación– es no ser consideradas como cosas, sino como seres humanos dispuestos a vivir una vida digna de ser vivida”.

Firmas por la ley

La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito agrupa a 289 organizaciones sociales, políticas, sindicales, de derechos humanos y está motorizada por grupos feministas de distintas provincias. Su lanzamiento data del año 2005 y recupera la historia de lucha iniciada en la década de los ’80 en el país.

Este 28 de mayo de 2010, en el Día Internacional por la Acción de la Salud de las Mujeres, la Campaña salió a la calle en 23 rincones del país a juntar firmas, organizar conferencias de prensa, realizar actos e instalaciones callejeras en apoyo al proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Proyecto propio gestado a partir de una profunda discusión en reuniones plenarias realizadas entre grupos con trayectorias diversas en su accionar militante, convencidas de la necesidad de articulación colectiva para lograr las transformaciones buscadas. Fue presentado en el Congreso de la Nación en el año 2007 y nuevamente el 16 de marzo de este año, con el propósito que se discuta y apruebe. El trabajo sostenido hizo posible que cuente con la firma de 47 diputadas/os adherentes, pertenecientes a todos los bloques políticos con representación parlamentaria.

En Neuquén, la Colectiva Feminista La Revuelta integra la Campaña desde sus inicios. El pasado sábado 29 de mayo junto a Sin Cautivas juntamos miles de firmas bajo el slogan nacional: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Dos testimonios dan cuenta que esta actividad nos permitió juntar mucho más que firmas. Una mujer nos dijo: “Tengo 61 años, aborté clandestinamente cuando era joven, le dije a mi marido pará el auto que bajo a firmar por esa ley”. Una enfermera esgrimió antes de estampar su firma: “¿Dónde tengo que firmar? Trabajo en salud y veo cómo llegan desangradas las mujeres pobres por abortos mal hechos, esto se tiene acabar!”

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