Relatos socorristas: El azul de los lirios

Azucena. La leí en la lista de quienes vendrían al taller y pensé en una señora mayor. Suelo relacionar los nombres con edades, es una de las mil manías que tengo. Estaba al final, agregada fuera de los renglones del cuaderno por la cantidad de semanas de embarazo que cursaba.

Llegó a horario al taller, con su pelo azul eléctrico y una sonrisa contagiosa. Mi idea de Azucena señora se esfumó. Se la veía tranquila, contenta y con una inocencia que me dio ternura.

Durante el taller preguntó muchas cosas, éramos ocho mujeres, tres de nosotras socorristas. Como ella era la única que cursaba segundo trimestre le dije que después, cuando charláramos solas al final, le iba a explicar algunas cosas que eran un poquito diferentes por sus quince semanas de embarazo. Me miro fijo con sus ojos grandotes como para no perderse nada de nada y asintió con la cabeza y una sonrisa. No perdió esa sonrisa en todo el taller.

Terminamos con la parte colectiva y empezamos con la protocola.
Nos conoció por una amiga que nos “tenía agendadas por las dudas”.

Avanzamos.

Me cuenta que sabe del aborto con pastillas porque su hermana estudia medicina en Córdoba. “también me contó del implante, qué bueno que lo tengan acá ustedes”

Seguimos.

Me dice que tuvo que irse de su ciudad natal porque su ex pareja la golpeaba y fue la única manera de perderlo del radio. A los veintiún años se vino, hace cuatro años, formó un grupo de amigxs a quienes les contó porqué vivía acá ahora y la ayudaron a establecerse.

Su sostén aquí, sus amigxs. Me lo decía con fuerza, con un amor que le brillaba en los ojos y pensé cuántas veces mis amigxs me salvaron de mis tristezas.
Me cuenta que su ex pareja supo con quienes se juntaba acá, y que ahora está saliendo con una chica del grupo que ella pensó que era su amiga. “Me preocupa”, me dijo, “yo le hablé un montón y se enojó porque dice que yo lo quiero para mí. Ojalá se diera cuenta que lo mejor que le puede pasar es tenerlo lejos, que yo no quiero nada con él.”

No pude evitar pensar en cómo algunas siguen perpetuando la competencia entre mujeres por un pibe. “Que triunfo del patriarcado, eh”, murmuré. Y ella se rió.

Charlamos largo y tendido de cómo fue salir de esa relación, de lo difícil que es identificar que no da para más y más aún sentir que vas a poder salir adelante sola. Avanzamos con la protocola y me dijo que a la persona de la que estaba embarazada no le importaba su decisión de abortar. Su sonrisa empezó a apagarse un poco en ese momento.

¿Cuál fue la causa del embarazo, Azu? ¿Usaron método anticonceptivo?, ¿No quisieron usar?, enuncié.

Silencio.

Me quedé con la lapicera en la mano mirándola y se le llenaron los ojos de lágrimas. “Este bebé lo buscamos”, me dijo.

En un segundo mi cerebro hizo todas las conexiones que creía posibles. No había hablado de pareja actual en ningún momento y todo parecía, hasta aquí, una relación sexual ocasional.

¿Con quién lo buscaron?, ¿fue con tu ex pareja?, mi desconcierto se notaba.
“Es que ni siquiera sé si le importa o no si aborto, porque no está más”, me dijo con la voz quebrada.

¿Quién es él, Azu? ¿Querés contarme…?

“Era mi amigo Luz, era de mi grupo de amigos. Me ayudó tanto cuando me vine a Neuquén. Hace un año que vivíamos juntos. No entiendo nada. Me hizo ir a defensa personal, me hizo poder hablar con esta chica para que se alejara de este pibe y que no me importara si ella se enojaba, me ayudó tanto, hizo tantas cosas bien…”

La escuchaba y se me estrujaba el corazón de a poquito.

“Decidimos que íbamos a tener un bebé, yo dejé de tomar las pastillas. Me quedé embarazada, estábamos re bien, pasaron los tres meses, esperamos para contarlo por las dudas, viste esas pavadas que dice la gente. Viajé el fin de semana pasado a contarle a mi mamá. Él no me podía acompañar porque trabajaba supuestamente, pero lo planeó todo. Cuando volví el domingo se había llevado todas sus cosas. Se fue. No está más.”

Azucena lloraba y yo le apretaba la mano con un nivel de angustia y odio difícil de separar. No puedo llorar delante de ella, pensé y me contuve.

Me decía que nunca más podría confiar en nadie, que cómo, si él, él que había sido su amigo, que la había ayudado a armar su vida acá después de todo lo que ella había pasado, ahora la dejaba sola, como podía hacer para creerle algo a alguien de nuevo.

Se me cerraba el pecho de angustia y aunque hice fuerza para no llorar, mis ojos acuosos la abrazaban con solo mirarla. Era otra, si hasta me daba la sensación de que su pelo azul se había apagado un poco.

“Me dijo, gordita, este mes pagá vos el alquiler que en julio yo me hago cargo de todo con el aguinaldo. Y ahora se fue, y me dejó con todo encima. No puedo tener este bebé, mi mamá me dijo que si quería ella me ayudaba, pero no, esto era de los dos y él no está más.”

No está más. Me lo dijo tantas veces que hasta logré sentir la ausencia que me contaba. Hablamos de los duelos de las separaciones, de cómo tratar de reparar esa ausencia y le insistí en que él no la había hecho hacer nada, que era ella quien tenía la capacidad de hacer y resolver tal como estaba haciendo ahora para interrumpir este embarazo.

Se secó las lágrimas con la manga de la campera y me sonrió. “Tenés razón, no sé si le voy a volver a creer a alguien, pero voy a estar bien, ya voy a estar mejor”.

Sentí que su pelo se volvía azul de nuevo.

Hablamos de la posibilidad de juntarnos para acompañarla físicamente, me dijo que creía que podía sola, que todo iba a estar bien y que si me necesitaba me avisaba.

Su aborto fue de madrugada, hoy, un domingo de madrugada, mientras en mi lado de la realidad virtual intentaba reparar angustias y disfrutar alegrías con una amiga.

Cada mensaje o llamado de Azucena esa madrugada me hacía sentir que podemos darle batalla a todo el daño que nos hacen, así como estaba haciendo ella. Dándole batalla a una de todas las injusticias a las que les tenemos que poner el cuerpo las mujeres. Cada mensaje de agradecimiento después del proceso tenía una respuesta llena de fuerza y empoderamiento hacia ella, aunque ya no hacía falta. Sentía que su pelo azul me atravesaba la pantalla del teléfono de lo aliviada y contenta que estaba.

Y al mismo tiempo y como no hacerme cargo, que cada una de todas mis miserias que se colaron en ese socorro fueron sanando como quien enmienda el agujero de un pantalón cuando se rompe después de una caída.

Dejando marcas, para no olvidarnos, pero con la fuerza suficiente para que no se vuelvan a abrir.

Luz Fernández, Colectiva Feminista La Revuelta
Neuquén, 2 de julio de 2017.

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