Las sintonías machistas no tienen fronteras ¿Cómo se exculpará la (in)justicia misógina y sexista esta vez?
Desde el día jueves 19 de junio, un nuevo caso de violación contra una niña, esta vez en las fronteras de Coronel Dorrego, nos llena de indignación e impotencia. Es una violación cercana. Cercana porque la niña víctima de la bestialidad masculinista es sobrina de la compañera Adriana Moyano, trabajadora de la educación, integrante de la lista Rosa de Aten. Y cercana porque el ataque sobre los cuerpos de las mujeres, niñas y jóvenas tiene patrones y modus operandi que reconocemos en la empatía que significa el estar siendo mujeres feministas. Huellas, como marcas penetrantes y fálicas en nuestras subjetividades e historias de vida.
¿Qué decir ante tanta crueldad? ¿Que el violador Mauro Emilio Schechtel, sujeto de 27 años, es una bestia? Que este hecho tiene signos propios de un loco y un enfermo? Que la ferocidad de este personaje no está tan extendida?
Preferimos explicaciones que pongan nombre a nuestros pesares, aunque duela, aunque nos acusen de exageradas, aunque haya quienes elijan no oírnos. Seguimos a la antropóloga Rita Laura Segato, quien sostiene la tesis feminista que expresa que los abusos, las violaciones, los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, son expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza actos y fantasías. Hay uso y abuso del cuerpo de la otra sin que ésta participe con intención o voluntad, la violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor. La víctima, expropiada del control sobre su espacio-cuerpo. Este acto está vinculado también a la consumición de la otra, su resto de existencia persiste sólo como parte del proyecto del dominador. Y es que debido a la función de la sexualidad en el mundo heteropatriarcal que conocemos, ésta conjuga en un acto único la dominación física y moral de la otra.
Insistimos, los violadores no actúan en soledad, no son animales asociales que acechan a sus víctimas como cazadores solitarios, sino que lo hacen en compañía. Y esa compañía será física o simbólica, pero es compañía al fin. Una violación además de ser violencia física y asesinato psicológico, es un acto semiótico público. Es un acto de lenguaje corporal manifestado a otros hombres a través de y en el cuerpo de una niña, una joven, una adulta o una anciana. Se trata de una exhibición de la sexualidad como capacidad viril y violenta.
Pero completemos un poco esta idea. Volvamos a revisitar qué hace la (in)justicia de los tribunales judiciales penales, integrados por hombres (en su inmensa mayoría, vale aclararlo). Este año, más que otros, desde La Revuelta venimos denunciando casi semanalmente situaciones donde abusadores y violadores quedan exculpados con condenas que suelen ser verdaderos premios. Y si bien el sistema carcelario del país, merece otras condiciones para quienes cumplen condena, hay delitos como los abusos sexuales y las violaciones que merecen ser tratados como delitos de otro tipo, con condenas ejemplificadoras para otros potenciales violadores. Porque las sentencias de los tribunales no son para individuos aislados, son mensajes sociales y conllevan una pedagogía de las violaciones (a juzgar por los resultados ya que se terminan volviendo contra quienes denuncian).
El violador Mauro Emilio Schechtel, ya había sido condenado por delitos de este tipo. Hay un juez en Bahía Blanca, del cual aún no conocemos su nombre, que lo habría beneficiado con la libertad anticipada por buena conducta. ¿Qué responsabilidades le caben a este juez ante el nuevo delito de “su” socorrido? Las cosas por su nombre, hay jueces que también actúan como compañías de estos cabrones. Repugnan los pactos entre caballeros que son capaces de establecer.
Porque la impunidad de los violadores y abusadores sigue siendo cotidiana, porque hay complicidades que se articulan para que esto siga siendo así, es hora de que la (in)justicia escuche a quienes vienen estudiando y construyendo saberes sobre estos temas, como la pediatra Mónica Belli: «El abuso es un trauma devastador, se equipara con las víctimas de la tortura», «los abusadores no se curan. A lo sumo se asustan, se repliegan, y después vuelven porque los que les gusta es eso», nos advierte (Diario Río Negro, 21-01-08).
Exigimos justicia para la niña. Acompañamos a Adriana Moyano y a toda su familia en este dolor. Nunca más el beneficio de la libertad para los violadores. Mientras la (in)justicia siga denegando derechos y amparando a violadores, activemos otros modos de hacer justicia, estampemos las fotos de violadores, abusadores y sus amparadores en lugares públicos. Si hay (in)justicia machista, hay escrache feminista.
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