Por Ruth Zurbriggen (*)
Aborto uno Necesito que me ayudes, una paciente está embarazada, no puede tenerlo. La violó su patrón, horrible, ella estaba planchando y el tipo la violó, está desesperada, estamos complicadas para conseguir las pastillas, nadie hace recetas en este pueblo, me dijo una trabajadora social de un centro de salud pública ubicado en una localidad de la provincia de Neuquén. Era un frío lunes de julio, recibí el llamado telefónico en el estacionamiento de la Legislatura de la provincia de Neuquén, acabábamos de entregar una declaración por la Ley Nacional 26.485. Clandestinamente, a la semana siguiente, la joven de Neuquén abortó. Y con ella, otras. Muchas otras.
Aborto dos Leí en una red electrónica un pedido de auxilio. Era de Rosana, otra trabajadora social. Esta vez de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Le escribí para que nos encontremos a charlar, aprovechando que viajaba por la audiencia convocada en el Congreso de la Nación, de la que participaría Luz Patricia Mejía, de la Comisión Interamericana de DD.HH. Nos encontramos justamente frente al Congreso de la Nación Argentina, en el bar Plaza del Carmen, era martes y anochecía. Por intuición la reconocí entre el gentío, leía un libro de cuentos. Nos presentamos, charlamos casi con urgencia, yo estaba apurada, más de lo que hubiera querido. La joven mujer embarazada era una de las tantas migrantes que viven en nuestro país, paraguaya, 18 años, tiene una hija de 10 meses y el embarazo era el resultado de una violación por parte de su marido. Deseaba abortar, acudió a una médica que le proporcionó información sobre las pastillas. Rosana la conoció por su lugar de trabajo y quería ayudarla. Recuerdo a Rosana enojada, enojada con la clandestinidad, enojada con la falta de gratuidad, enojada con tanta injusticia. Clandestinamente, a la semana siguiente, la joven oriunda de Paraguay, abortó. Y con ella, otras. Muchas otras.
Aborto tres Siempre pensé que las que abortan son mujeres irresponsables, que no se cuidan. Ahora me doy cuenta que no es así, nosotros nos cuidamos siempre con preservativo, nos cuidamos el día que me quedé embarazada, si se rompió el preservativo no nos dimos cuenta, hubiera tomado anticoncepción de emergencia, no sabemos cómo pudo suceder, me contó Marcela en otro bar de Buenos Aires. Tiene 22 años, estudia una carrera universitaria y trabaja. No es momento para continuar con este embarazo, no podemos, no ahora, continuó Marcela, mientras Eduardo le acariciaba las manos. Estaba abatida e inquieta. Leímos mucho en internet sobre el uso del misoprostol, pero no sé… hay tanta información de la contra que también tenemos miedo, insistió Eduardo. Eduardo, de 23 años, se recibió de abogado hace poco y está buscando trabajo. Hace dos días que nuestra vida cambió, me la paso recorriendo farmacias, agregó. Preguntaron de todo, síntomas, contraindicaciones, si iba a poder quedar embarazada después porque queremos tener hijos, pero ahora no, no podemos. Les indiqué dónde comprar el libro “Cómo hacerse un aborto con pastillas”. Marcela me relató que una compañera de trabajo, de unos 60 años, le contó que había abortado dos veces en su vida, igual eso le resultaba insuficiente para disipar sus temores. Insistía con preguntas y más preguntas. Es claro, su cuerpo estaba en juego y la experiencia de abortar no estaba hasta aquí en su imaginario. Tres personas en este mundo sabíamos de la decisión que ya habían tomado junto con Eduardo. Clandestinamente, unos días después, Marcela abortó. Y con ella, otras. Muchas otras.
Tres mujeres decidieron abortar. En distintas geografías, por distintas situaciones y razones y en condiciones desiguales. Las tres desoyeron leyes y mandatos. Las tres llevaron adelante la práctica. Nada las detuvo en su decisión de no maternar. En el camino se encontraron con compañías y escuchas que acompañamos esa experiencia. Nos involucramos, asumimos sus abortos como parte de nuestras existencias vitales y reafirmamos así el derecho inalienable a la libertad sobre nuestros cuerpos.
Mientras ellas abortaron, también abortaron otras miles. Se unen a las 500 mil que año a año interrumpen sus embarazos en nuestro país.
Mientras ellas abortan activistas de la Campaña Nacional por el Derecho Aborto legal, Seguro y Gratuito participamos en audiencias públicas en el Congreso de la Nación; escribimos textos; hacemos notas en los medios de comunicación; estudiamos y construimos argumentos; seguimos de cerca debates televisivos, nos indignamos con algunas intervenciones y saludamos otras; participamos en foros y mesas redondas; armamos campañas gráficas y estrategias de comunicación; pintamos grafittis en las ciudades que habitamos; acompañamos a otras mujeres en su decisión de abortar, pasamos el dato; nos reunimos con otras activistas y con grupos comprometidos con el reclamo de la urgente necesidad de despenalizar y legalizar esta práctica.
Mientras ellas abortan los grupos antiderechos siguen exhibiendo morbosa e impunemente fetos descuartizados a los que hacen hablar contra toda lógica científica y médica y trabajan para mantener en la clandestinidad la voluntad de las mujeres. Esas mujeres que se niegan a ser tuteladas, que insisten en mostrar día a día que su sexualidad se rebela contra el principio rector de la procreación y que la maternidad no debe ser un destino forzoso.
Mientras ellas abortan el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito espera ser discutido en el Congreso de la Nación.
Mientras ellas abortan las campañas electorales y sus debates taladran nuestra existencia, aunque nada dicen de esta deuda de la democracia para con las mujeres.
Mientras ellas abortan el estado laico y la democracia siguen en deuda con los derechos humanos de las humanas.
Inscribo estos tres últimos abortos como parte de la experiencia del NO de ese medio millón de mujeres que año a año dicen no quiero ser madre ahora. Porque “el embarazo, el parto y la maternidad forzadas no pueden imponerse a las mujeres cuando ellas no quieren prestar para un proceso semejante ni su deseo, ni su consentimiento, ni su cuerpo” (Chaneton y Vacarezza, en La Intemperie y lo Intempestivo, Marea ediciones, 2011:93).
La penalización como parte de la política sexual existente resulta altamente ineficaz. El aborto, aún clandestino, está entre nosotras y la sociedad toda. Tiene –entre otros- efectos éticamente vergonzantes y repudiables: la muerte evitable de las más empobrecidas económicamente, entre 120 y 140 mujeres por año, quienes contra viento y marea abortan de manera insegura.
Es hora de que el Congreso de la Nación oiga esos ensordecedores, reveladores y revelados NO de las mujeres que abortamos todos los días en nuestro país. Y que, en consecuencia, legisle para que las que así lo decidan puedan abortar en condiciones de legalidad, seguridad y gratuidad en los hospitales públicos.
Neuquén, 21 de julio de 2011
(*) Activista de la Colectiva Feminista La Revuelta, de Feministas Inconvenientes y de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
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