A comienzos de los años noventa, la feminista británica Sheila Jeffreys emigró a Australia, donde pudo constatar el desmesurado crecimiento del comercio sexual a nivel global. Decidió entonces realizar una investigación capaz de desarmar con argumentos válidos y sólidos lo que ella entiende como la “hipocresía neoliberal“. La industria de la vagina explora cómo el comercio sexual, el negocio a pequeña escala, furtivo y vilipendiado, se ha convertido en una enorme industria, productiva y legitimada como tal.
Transcribimos aquí partes de su provocativa introducción, convencidas que necesitamos volver a pensar temas tan controvertidos enmarcando las reflexiones en la fase actual del hetero-capitalismo globalizado. Adelantamos que la autora no aborda en el libro aspectos relacionados con la prostitución a la que son sometidas el colectivo de travestis, sin embargo entendemos que el libro nos colabora en la construcción de nuevos registros de sensibilidad para seguir modulando nuestras percepciones, aportando novedosas problematizaciones para las teorías y prácticas feministas.
A fines del siglo XX la prostitución se ha transformado en un sector del mercado global floreciente e inmensamente rentable. Kate Millet escribió en 1970 que la prostitución era “paradigmática de la base misma de la condición femenina” que reducía a la mujer a la “concha”.
Prostitución: “práctica cultural nociva”. Lo más importante es la nueva ideología y práctica económica de estos tiempos neoliberales en los que la tolerancia de la “libertad sexual” converge con la ideología del libre mercado para reconstruir a la prostitución como “trabajo” legítimo que funciona como base de las industrias del sexo, tanto a nivel nacional como internacional.
La prostitución se industrializó y globalizó a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI; este creciente sector del mercado requiere ser entendido como la comercialización de la subordinación femenina.
Hasta la década del ’70 había consenso entre gobiernos nacionales y la ley internacional acerca de que la prostitución no debía ser legalizada ni organizada por el Estado. Se identifica en la Convención de 1949 contra la Trata de personas a la prostitución como incompatible con la dignidad humana, y también se señala como ilegal el regenteo de prostíbulos. Es el espíritu de la época.
Este carácter de condena universal cambió con el neoliberalismo de los ´80 y comenzó un proceso por el cual los proxenetas se transformaron en empresarios respetables que podían formar parte del Rotary Club. El negocio prostibulario fue legalizado y convertido en un sector del mercado en países como Australia, Holanda, Alemania, Nueva Zelanda; el strip-tease se convirtió en moneda corriente dentro de la industria del “ocio” o “entretenimiento”, y la pornografía se volvió lo suficientemente respetable como para que empresas como la General Motors incluyera los canales porno entre sus negocios.
La explotación sexual es una práctica por la cual una persona o varias reciben gratificación sexual, o ganancia financiera o mejoras a través del abuso de la sexualidad de una persona y a través de la revocación de sus derechos humanos a la dignidad, la igualdad, autonomía y bienestar mental y físico. Incluye prácticas como la violación, aunque el económico es el principal medio de poder utilizado para obtener acceso sexual a las jóvenes y mujeres; la fuerza bruta, el secuestro y el engaño también pueden estar involucrados.
Con industrialización refiere a los modos en que las formas tradicionales de organizar la prostitución se han visto modificadas por las fuerzas sociales y económicas con el objetivos de adquirir una mayor escala, concentración, normalización e integración en la esfera corporativa. La prostitución ha dejado de ser una forma de abuso a las mujeres, ilegal, ejercida a pequeña escala, sobre todo local y socialmente despreciada, para convertirse en una industria en extremo rentable y legal, tolerada en países donde es ilegal.
En Daulatdia, una ciudad portuaria de Bangladesh creada hace veinte años, 1.600 mujeres son usadas sexualmente por 3.000 hombres por día.
El informe de la OIT estimó que la industria del sexo constituye entre el 2% y el 14% por ciento en Filipinas, Malasia, Tailandia e Indonesia. El gobierno coreano estimó en 2002 que un millón de mujeres estuvieron involucradas en la prostitución en ese país en un momento dado en ese país. Se estima que la industria representa un 4,4% del producto bruto interno, más que la forestación, la pesca y la agricultura combinadas (4,1%).
La industria del sexo en Holanda, que legalizó la prostitución en 2001, representaba en ese año el 5% del PBI. En todos los Países Bajos donde está legalizada, las ganancias superarían el billón de dólares.
En China la prostitución estaba prohibida durante el maoísmo. Desde 1978 la industria de la prostitución tuvo un auge a la par de la economía de mercado. Se calcula entre 200.000 y 300.000 mujeres prostituidas en Beijing, y cerca de 20 millones en toda China. Se estima que constituye el 8% de la economía china y que está valuada en 700 mil millones de dólares aproximadamente.
La globalización de la industria del sexo sostiene la prostitución en la economía internacional de muchísimas maneras. El tráfico de mujeres se ha convertido en algo valuable para las economías nacionales, por ejemplo, debido al dinero que estas mujeres envían a sus países de origen. Gobiernos como el filipino fomentan el tráfico al capacitar a estas mujeres antes de que dejen el país. En 2004 las filipinas que estaban en Japón enviaron 258 millones de dólares a su país. Ochenta mil filipinas ingresaron a Japón en 2004 con visas por seis meses y destinadas al sector del entretenimiento; el 90% trabajaba en la industria del sexo.
La industria del sexo no produce ganancias simplemente para los burdeles y los dueños de clubes de strippers y novedosas y respetables empresas de pornografía. Muchos actores se benefician económicamente, lo cual ayuda a afianzar la prostitución dentro de las economías nacionales. Los hoteles y las aerolíneas se benefician del turismo sexual y el turismo sexual de negocios. A los taxistas que trasladan clientes la industria del sexo les da una propina. Empresas que publicitan bebidas. Personal de seguridad y gerencia de clubes, vestuaristas y maquilladores de strippers. El aumento del 12% en las ganancias de Chivas Regal, compañía de whisky, producido en 2004 fue atribuido a su asociación con los prostíbulos de Tailandia. Todas las ganancias surgen de la venta de cuerpos femeninos en el mercado, aunque las mujeres, apenas recibieron un pequeño porcentaje.
La globalización de la industria del sexo implica que los cuerpos ya no están confinados a los límites de la nación. El tráfico, el turismo sexual y el negocio de las esposas que se compran por correo han asegurado que la severa desigualdad de las mujeres pueda ser transferida más allá de las fronteras nacionales de manera tal que las mujeres de los países pobres puedan ser compradas con fines sexuales por hombres de los países ricos.
El siglo XX vio el hecho de que los países ricos prostituyan a las mujeres de países pobres como una nueva forma de colonialismo sexual. Así, los hombres pueden compensar la pérdida de sus lugares sociales en países las mujeres han abierto ciertos canales hacia la igualdad, obteniendo subordinación femenina como algo que puede ser consumido en los países pobres o importados de ellos. La cadena de abastecimiento se ha internalizado a través de la trata de mujeres a gran escala, desde los países pobres de los distintos continentes hacia destinos que incluyen a los países vecinos ricos, por ejemplo desde Corea del Norte a China y a destinos de turismo sexual como Alemania y Holanda.
Las tecnologías que hacen posible entregar un cuerpo femenino a un comprador han cambiado y se han desarrollado. Sin embargo, la vagina y otras partes del cuerpo femenino que conforman el material en bruto de la prostitución permanecen como “vieja tecnología” imperturbable al cambio. La vagina se convierte en el centro de un negocio organizado a escala industrial, aunque siga ligada a una serie de problemas inevitablemente asociados con este uso particular del interior del cuerpo femenino: el dolor, el sangrado, el embarazo, las enfermedades de transmisión sexual y los daños psicológicos que resultan del uso del cuerpo de la mujer como instrumento para el placer del hombre.
La prostitución es habitualmente mencionada como “trabajo sexual”, lo cual sugiere que debería ser vista como una forma laboral legítima. Esta posición es el fundamento de las demandas por la normalización y legalización de la prostitución. Como corolario de esta posición, se define a los hombres que compran mujeres y consumen prostitución como “clientes”, lo que normaliza sus prácticas del mismo modo que si fueran simplemente cualquier otra forma de consumo. Aquellos que regentean los prostíbulos son los “proveedores de servicios”.
El lenguaje es importante. El uso de la lengua comercial en relación con la prostitución eclipsa el carácter dañino de esta práctica y facilita el desarrollo mercantil de la industria global. Es necesario retener y desarrollar el lenguaje que muestre el daño de esta industria. Por eso habla de “mujeres prostituidas” en lugar de “trabajadoras del sexo”, porque esto sugiere que se las perjudica de alguna manera y además hace referencia al perpetrador. Llama a los compradores como “prostituidores” y a los terceros que obtienen ganancias como “proxenetas” o “entregadores”, términos que exhiben un razonable desprecio por la práctica de obtener rédito del sufrimiento de las mujeres. Refiere a los Estados que legalizan la prostitución como “Estados proxenetas”.
Muchos trabajos académicos de feministas sobre la prostitución que se refieren al sexo como área laboral están basados en la premisa de que es posible e incluso deseable hacer diferencias entre varias formas dentro de la industria del sexo: entre prostitución adulta e infantil, entre trata y prostitución, entre prostitución libre y forzada, entre sectores legales e ilegales de la industria, entre prostitución occidental y no occidental. La producción de diferencias legitima algunas formas de prostitución al criticar algunas y no otras. En el libro se buscan conexiones e interrelaciones en lugar de diferencias y considera los modos en que todos estos aspectos de la explotación sexual son interdependientes y cada uno atañe al otro. Quienes buscan hacer distinciones generalmente suscriben a la idea de que hay un tipo de prostitución libre y respetable, que involucra a personas adultas, y que puede ser vista como trabajo y por lo tanto legalizada, una forma de prostitución que apela al individuo racional y capaz de elegir y que está basada en contratos e igualdad. La mayor parte de la prostitución no encaja en esta imagen, sin embargo es una ficción necesaria que subyace a la normalización y legalización de la industria.
Este libro utiliza un radical enfoque feminista que considera a la prostitución como una práctica cultural nociva originada en la subordinación de las mujeres y que constituye una forma de violencia contra las mismas. No adopta una posición normalizadora. Por eso finaliza con una consideración de los modos en que la industria globalizada de la prostitución podría retroceder, de manera tal que la esperanza tradicional del feminismo de que la prostitución termine alguna vez se vuelve un objeto imaginable y razonable para políticas públicas feministas.
La industria de la vagina comienza con el sobrentendido de que la prostitución es una práctica cultural nociva. Que se desarrolla fundamentalmente a través del cuerpo de las mujeres y para beneficio de los hombres. La prostitución se basa en la idea de que las mujeres tienen el rol estereotipado de ofrecer su cuerpo para el placer masculino. En el caso de los prostituidores, esta posición acompaña el rol estereotipado del patriarca que tiene el derecho de usar, para satisfacción propia, el cuerpo de las mujeres. La tradición la justifica con el dicho pronunciado con tanta frecuencia: “es la profesión más antigua del mundo”. La esclavitud también es antigua, pero muy rara vez es validada por su antigüedad. La historiadora Gerda Lerner aborda muy provechosamente los modos en que la prostitución en burdeles del antiguo Medio Oriente surgía como resultado de las guerras, es decir, como un modo de utilizar el excedente de esclavas mujeres.
Aunque muchos valores y creencias de la dominación masculina han estado o están proceso de cambio en muchas sociedades, la idea de que la prostitución es necesaria –como forma de proteger a las mujeres no prostituidas o porque los hombres no pueden controlarse- viene ganado fuerza, más que perdiéndola. El intercambio de mujeres entre los hombres para el acceso sexual y reproductivo y para obtener trabajo gratuito es el fundamento de la subordinación femenina y está profundamente enraizada en las culturas patriarcales.
1: Las feministas y la industria global del sexo: ¿celebración o crítica?; 2: El matrimonio y la prostitución; 3: La economía política internacional de la pornografía; 4: El auge de los clubes de strip-tease; 5: La prostitución militar; 6: El turismo de la prostitución: mujeres para el tiempo libre de los hombres; 7: Satisfacer la demanda: la trata de mujeres; 8: El estado como proxeneta: la legalización de la prostitución; 9: Conclusión: hacer retroceder la industria global del sexo. Bibliografía.
Editorial Paidós- Entornos 11- 2011-Buenos Aires-Barcelona-México
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