Por Belén Grosso – 13 de mayo de 2013
Entre laberintos, banderas y radiografías se escabullían algunas frases “¿Me prestás la tijera?” “¿Y la cinta?” “Vení, ayudame con esto” “¿Qué puedo hacer?”. El aire se regaba de nuestras voces que se juntaban para armar algo. Todavía resuenan los cantos de las niñas guerrilleras. Las que tuvieron voz y se las dieron a otras. Palabras de guerra cantadas, voces de bronca y de resistencias. Mil muñecas que, mientras las colgábamos, parecían tararear Narváez, Narváez, te venimos a buscar, se te cierra el consultorio ya no vas a abusar más.
El sol tímido aún no aparecía cuando empezamos a desplegar telas, muñecas y música… todo parecía repararnos del frío pero también de las injusticias. Allí estábamos, reparando/nos… sonriendo junto a las muñecas y a la vez exigiendo con grito combativo que no haya más silencios. Fuimos muchas, las que ahí, empezamos a nacer de nuevo.
Esto le pasa a los abusadores a fuerza de escrache se van a la cárcel, dice la canción… pasa que nos encuentran a muchas en la calle, en las veredas, en el aire, en las palabras, en los sueños y también en las pesadillas. Somos muchas las que nos metemos en los intersticios buscando vidas más felices y dignas de ser vividas.
Nos juntó el deseo inacabado del feminismo hacedor y cotidiano. Ése que se nos cuela en el habla, en el pensamiento, en las manos y las miradas. Mil muñecas combativas, una excusa más para estirar los límites y seguir exigiendo a viva voz pedagogías reparadoras para una niña que brota de más niñas y mujeres.
Miércoles 22 de mayo, 13 horas, lectura de la sentencia. Nos juntamos desde las 12 horas en Irigoyen y Carlos H. Rodríguez. Convoca: La Revuelta
Galería del inicio del juicio y las mil muñecas combativas
Por Dahiana Belfiori – En Página 12
Olga borda unos ojos en forma de estrellas sobre un círculo de paño celeste. Puntada tras puntada se va contando una historia de muñecas y césped. De patios y siestas. De casita con muñecas en el césped en el patio en la siesta que nunca tuvo. Para ella, las siestas no eran de muñecas. Eran el infierno, cuando todavía no podía definir el infierno.
A Tania le llueve más el ojo izquierdo que el derecho mientras cose con amor un vestidito a rayas verdes y rosadas con un hermoso botón violeta en cada bolsillo. Cose con amor. Hace magia sobre el cuerpo de una muñeca de trapo y le da los colores que le negaron a la niña que fue. Tania cose y en cada dobladillo deja ir la marca de un dolor hondo.
Como la costura no es el fuerte de Rocío, elige un par de ovillos de lana rojos, bien rojos, bien intensos, escondidos en el revoltijo de retazos, hilos, botones y alfileres esparcidos sobre la mesa de trabajo en plena calle neuquina. Mezcla los rojos con su ardor de justicia y hace trenzas para varias muñecas. De fuego son las cabelleras y de efectos poderosos e incesantes como los de las tormentas solares.
Mil muñecas combativas, imperfectas, dolidas, luchadoras, valientes y diversas, en sigilosa vigilia se disponen a jugar, se encuentran, se reconocen, se alivian, se descubren, se contagian, se cuchichean, se acompañan, se juegan el juego de salir al mundo. En ronda y de la mano del mate que circula, van tejiendo los relatos de sus vidas. Se arrugan el vestido, se sueltan el pelo, se sacan los delantales. En el sur, como en el norte, las muñecas empiezan a hablar. Y como quien no quiere la cosa, una de las pelirrojas se libera en un hilo de voz: «Una se pone a pensar nomás, así de calladita que anda por la vida. Y piensa en tantas cosas que no dice una. Piensa en las cosas que se quedan atragantadas y que vaya a saber en qué lugar del cuerpo terminan haciendo callo. A veces el callo se ve, se siente, molesta. Otras, se queda ahí, amontonando capas de piel silenciosa, en cualquier parte del cuerpo del alma. Hasta que la piel se sale por la boca, toda junta, toda de golpe y cubre paredes y personas con su trama de brocado pesado. Una no entiende. Cómo va a entender. Si lo que salió de golpe no era visible. Una queda atrapada también en esa red, una está atrapada desde siempre en la red.»
Una niña de nueve años no entiende lo que sucede. Pide caramelos a su mamá cada vez que sale del consultorio de un odontólogo que la atiende gratis. Una joven de veinte años ve desde un colectivo un cartel de las «escrachadoras de siempre» que dice: «Pasá la voz, hay abuso en el consultorio odontológico». Recuerda. Se anima. Escribe un mail. La joven y la niña denuncian y gracias a la fortaleza y tenacidad de la madre de la niña, y al acompañamiento de las escrachadoras de siempre, la denuncia se eleva a juicio.
Olgas, Tanias y Rocíos participan de una invitación inusual: hacer muñecas para reparar vidas sin muñecas, sin cuidados, robadas de inocencia. Justicias reparadoras le llaman Las Revueltas, en Neuquén, a esta acción callejera que convoca a hacer muñecas combativas ante el abuso de una niña. Olgas, Tanias y Rocíos hacen muñecas para reparar, repararse y repararnos. Quizás la niña pueda hacer algún día su propia muñeca. Quizás las justicias reparadoras tengan efectos reparadores impensados: «Estoy acá por esa niña pero también por una situación particular que viví, leí de esta convocatoria y como quiero empezar a hacer algo, vine». Pasamos la voz, hacemos algo, vinimos, estamos. Hoy, lunes 13 de mayo se inicia el juicio oral contra el abusador en la ciudad de Neuquén. Mil muñecas lo observamos. ¿Será Justicia?
Repercusiones en la prensa escrita:
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