Ayer, la Justicia condenó a Ernesto «Pollo» Olivera a seis años de cárcel por el delito de abuso sexual gravemente ultrajante. La familia de la víctima, acompañada por La Revuelta, celebró la sentencia y reconoció que sienta un precedente en el tratamiento de casos por abuso en Neuquén.
Por Sara Aedo para La Colectiva Feminista La Revuelta
En la calle comenzaba a sentirse el Paro Internacional del 8 de Marzo, se movía en las redes sociales, reverberaba en el activismo feminista. En contraposición, en una pequeña, ajena y despersonalizada sala de un tribunal, se revivía el espanto que logran las violencias machistas sobre el cuerpo de las mujeres. Había comenzado el juicio contra Ernesto “Pollo” Olivera por abuso sexual gravemente ultrajante. Serían días veloces, cargados y movilizantes tanto para la joven denunciante como para su familia y La Colectiva Feminista La Revuelta que esperaba, sorora, en la puertas del juzgado.
Frente a los jueces Martín Marcoveski, Diego Piedrabuena y Cristian Piana –hombres, todos ellos- pasó la palabra, como prueba, de una joven violentada por un tío que aprovechó la cercanía, la autoridad y su discapacidad motriz para desplegar sus prácticas sexistas. El escenario se terminó de delinear con el testimonio de tres mujeres que dieron cuenta de las veces en las que Olivera las violentó mediante el acoso físico y verbal. Un compendio de relatos que hacen a la difícil tarea de demostrar ante la Justicia que la palabra de una mujer no es otra cosa que la verdad.
Nos decían que lo del Pollo se sabía, pero nadie le puso coto. Esto demostró que cuando nos organizamos reclamamos, esa verdad social puede convertirse en una verdad judicial. Ruth Zurbriggen- Colectiva Feminista La Revuelta.
Casi dos meses después se demostró la culpabilidad del abusador. Era algo sabido, según coinciden voces anónimas, no obstante, faltaba que la Justicia se sacara la venda de los ojos. Frente a un delito que contempla una pena mínima de cuatro años y una máxima de diez, la fiscalía hizo un pedido por ocho años. Por su parte, la defensa jugó su mejor carta: pidió cuatro años con el beneficio de la prisión domiciliaria atentos a la discapacidad que presenta el imputado. Ni lo uno, ni lo otro, el tribunal dictó, ayer, un castigo de seis años en una cárcel común y de cumplimiento efectivo.
Con ese tono intermedio, el Poder Judicial se dio por aludido frente a la presión del activismo feminista que se mantuvo firme durante todo el juicio. Sin embargo, no desaprovecharon ninguna oportunidad para hacer gala de los privilegios que el patriarcado le otorga a sus hijos sanos y consentidos. El juez Piedrabuena llegó a plantear que el silencio de la víctima podía entenderse como consentimiento. Muy versado en aquello de que “quien calla otorga” y poco en esto de que “No, es NO”. Como si el terror no fuese un brazo ejecutor del sometimiento.
Estamos plantando esta semilla: nos vamos a hacer escuchar, nos vamos a acompañar entre nosotras y no vamos a dejar a ningún abusador en paz. Luz- Testiga en el juicio contra Ernesto Olivera.
Tres mujeres testificaron sobre las sesiones fotográficas que les ofreció Olivera. Afuera, una parte de la sociedad se preguntaba por qué accedían las chicas a sacarse fotos con él, sabiendo cómo se comportaba. ¿Cómo llevar en los hombros el peso de ser mujer, de correr riesgo de vida por esa sola razón y además ser la culpable de las violencias machistas? Nueve mujeres denunciaron a Olivera cuando la causa, por la que hoy es condenado, se hizo pública. Desnaturalizaron violencias y las dejaron expuestas, reveladas.
Me genera amor por el feminismo, por la sororidad de ir al jucio, declarar y recibir un abrazo después. Aye- Testiga en el juicio contra Ernesto Olivera
Insistentes y creativas, Las Revueltas se vistieron de monjas, se taparon la cara con antifaces, llenaron el juzgado de sororidad. Pegaron afiches, reprodujeron los chats que instistentemente escribía el fotógrafo cuando intentaba captar a sus victimas: “¿Te depilás?”, “Sos una monjita”, “Si no sabés tocarte, te enseño”.
Felices, ayer por la tarde, escucharon a un padre que con la voz entrecortada anunciaba: «¡Le dieron seis años! Que esto siente precedente para que todas las chicas que estén pasando por esto puedan pelear por sus derechos».
Es que no estamos solas, estamos juntas. Vamos desnaturalizando las prácticas sexistas que nos rodean y ahora ya no hay vuelta atrás.
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