Roja la sangre de las mujeres asesinadas por machos, en un sistema de machos, en un poderío de machos. Nuestra es la furia, la de las mujeres que aún respiramos y que alzamos la voz que nunca callamos y que hoy, como en 2015, salimos masivamente a contar nuestro hartazgo. Ya son tres las marchas por el Ni Una Menos y en cada una de ellas se renovaron las exigencias hacia un Estado femicida, abandónico y omisor. A la par, también se renovó la hermandad de muchas que encontraron en el abrazo feminista la puerta para contar sus propias violencias.
Por Sara Aedo en La Colectiva Feminista La Revuelta.
Caía un cálido sol otoñal sobre el suelo ya gastado del boulevard de la Avenida Argentina, en Neuquén Capital. El Monumento a San Martin, eterno testigo de cada una de las movilizaciones que agitan esta ciudad. Como hormigas, tres o cuatro Revueltas iban y venían dando vida y color a ese lugar. Algunas colgaban carteles que explicaban qué es el machismo, otras preparaban polvos rojos, sospechosos.
En el interior de las Escuela Superior de Música, había tres grupos de mujeres debatiendo, con más risas y con menos solemnidad, las estrategias para desarmar la música, los dichos, los actos que el patriarcado intenta inscribir en nuestros cuerpos ya con poco éxito.
“Aunque me moviliza muchísimo todo esto, creo que no pude encontrar una mejor manera de canalizar mi dolor”- Vale.
En una de las aulas, en un semicírculo, se tomaba registro de cada vez que un macho, señor de la calle, se abalanzaba sobre el cuerpo de una joven con palabras. Cada relato mostraba cuán diminutas nos quiere el machismo. En afiches, con tinta negra, las chicas que participaron del taller “Jóvenes contra el acoso callejero”, plasmaron uno a uno los dichos que le hicieron temer la calle. Después, con esa colección de violencias tan habitual para algunos, recorrieron algunos bares cercanos para leer y contar esas violencias. La incomodidad de algunos mostró la urgencia del respeto.
En otra parte de la Escuela, unas risueñas mujeres revisaban textos de Alejandra Pizarnik, repasaban canciones feministas y agrupaban palabras y conceptos para hacerlos canción. “Apalabrar la furia” fue el espacio para la construcción de una canción que fue presentada en el cierre de la marcha: “Somos feministas, guerrilleras, aborteras. Somos resistencias, somos muchas, somos malas. Somos brujas, somos tortas, somos travas. Que hartas y en las calles nos encuentran acuerpadas.”
“Queremos instalar que estamos hartas del machismo y nos vamos a organizar para combatirlo cotidianamente en todos los lugares donde estamos”-Guillermina.
El otro extremo del edificio, una lectura detallada de fallos misóginos convocó a mujeres que aseguraron: “A la violencia machista, consigna feminista”. A partir de una situación de abuso y una de acoso, comenzaron a entrecruzarse los relatos y las vivencias personales de situaciones de violencia en el ámbito cotidiano. “El poder judicial sostiene tu castillo partiarcal”, fue una de las pancartas que se hizo visible en la movilización.
A las 16, la canción estaba lista, las túnicas rojas que serían parte de la marcha estaban en las manos de quienes serían sus portadoras. Algunos acuerdos, dos ensayos y La Revuelta salía a marchar.
En la calle un mar de mujeres estaba dispuesta a participar de un momento en el que la historia se llevaba en el cuerpo. De a poco las columnas se fueron ordenando detrás de una bandera que aunaba el reclamo: Ni Una Menos: Hartas y en las calles. El Estado es Responsable.
Inmediatamente detrás, Las Revueltas, vestidas de rojo sangre, con baldes llenos de sal roja-sangre comenzaron a caminar dejando un hilo rojo en el asfalto, símbolo de las vidas que se desvanecen a manos de un hijo sano del patriarcado. Una mujer menos cada 18 horas y nosotras en la calle, mostrando su sangre, levantando la síntesis de nuestros cuerpos: HARTAS.
“Estamos en el camino correcto. Si bien el machismo no está en retirada ya sabe que no le es tan fácil” Lili.
No faltaron las melodías, los abrazos y los silencios. “Abajo el patriarcado, se va a caer”, con los puños en altos, indignados recorría cada extremo de la columna. Lo mismo pasó con la corrida feminista que pasó rasante frente a la Casa de Gobierno, donde no hay ni una sola consideración para con las mujeres. También frente a la catedral, donde la columna se detuvo para recordar la intención de la iglesia de reinar en nuestros úteros, en nuestras camas, en nuestros besos. Simbólico y pragmático a la vez, cada centímetro de la calle tenia cosas que merecían ser denunciadas, porque si algo queremos es ser libres.
El “Arroz con leche, yo quiero abortar”, envolvió a San Martin casi en el cierre de la movilización, cuando las luces artificiales de la calle ya se habían encendido. Más de cinco mil personas en las calle, por tercer año consecutivo, con la certeza de que se seguirá marchando en tanto el estado no garantice las Casas Refugio que necesitamos las mujeres violentadas, la aplicación efectiva con presupuesto adecuado de todas las leyes vigentes protcetoras de derechos: la 26.485, para prevenir sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, la 26.150 de educación sexual integral, la 26 de identidad de género, los protocolos de interrupción legal del embarazo. Leyes sobran, lo que falta es decisión política del Estado y sus gobiernos.
Junto al hartazgo organizado en las calles, se seguirán profundizando las redes de cuidado feministas para salvarnos. “Arriba el feminismo que ya creció, que ya creció”. La Revuelta, se fue cantando y bailando: “Somos territorio, pero no de tu conquista…”
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