Hace poco más de un mes que estuve en la casa de Eloisa. La recuerdo a ella con cierto olor a tristeza, con cierto aroma a pan tostado. Fue así que me recibió el mediodía que llegué a su casa. Una mesa de desayuno, pan tostado, manteca, queso, mermelada de durazno y un pote casi vacío de dulce de leche. Una pava eléctrica cargada de agua y unos mates en sus últimos suspiros.
Eloisa me contó que recién se había ido su amiga. Que su hermano, con el que vivía, había llevado a su hijo a la escuela, y que pronto estaría de vuelta. Tanto su amiga como su hermano sabían que yo llegaría y que estaría allí buena tarde de ese día, de su día, de mi día.
Eloisa fue uno de mis últimos acompañamientos in-situ. Ella alquila una pequeña habitación de dos ambientes. No tiene calefacción y tiene una ventana muy chiquita que da a la calle. El baño es frío, la humedad se hace notar en las paredes, no hay luz, no hay ventana y la canilla de la ducha gotea tanto que llena un balde en apenas un rato. El baño es tan frío, tan chiquito y tan oscuro que al entrar me sentí como Ricitos de Oro en la camita del osito pequeño.
Salí de la escuela y me fui a su casa. Cuando llegué, me saqué el guardapolvo y lo puse adentro de mi mochila. Conversamos sobre lo que pasaría cuando comenzara a usar la medicación y lo que puede ir sintiendo.
Mientras tenía el segundo paso debajo de la lengua, Eloisa me preguntó ¿Pasa algo si soy consumidora? Yo no entendía muy bien su pregunta, entonces repregunté “¿Consumidora? Emmmm, ¿consumidora de qué?” Bueno, no sé cómo le decís vos; pero bueno, pasta… cocaína; ante su respuesta, empezaron a aflorar todos mis prejuicios convertidos en miedos que salían hechos agua por la palma de mis manos. Miedo, empecé a tener miedo. Nunca me había pasado hasta acá; pero sentía cómo mis palabras se trabaron en la punta de mi lengua. Sentía que empezaba el tartamudeo que suelo tener cuando algo me produce miedo.
Eloisa me miró con ojos grandes, quizás esperando una respuesta más rápida o quizás imaginando que su mundo poco tenía que ver con el mío. Consumo cocaína. Mi papá vende y entonces a veces consumo con él. Con mi hermano. Con mi amiga. Quedate tranquila, hoy no consumí, sabía que venías vos y que teníamos esto. Pero bueno, por las dudas te preguntaba. Yo seguía sintiendo miedo, aunque la charla siguió su curso de manera tranquila. Eloisa olió mi miedo y trató de calmarlo. Y adelantó: ahora en un ratito ya llega mi hermano Damián y le digo que te cebe mates. Yo imaginaba, ¿Cómo sería? ¿En qué estado llegaría? No podía dejar de recordar a mi hermano en sus peores momentos de consumo. El olor, los ojos, la ira, la dependencia, la abstinencia, el odio, el amor, el desconsuelo… ¿Cómo sería Damián? ¿Cómo? Mientras ocurría esto, mandaba mensajes a dos compañeras socorristas. Me pareció oportuno compartir el miedo que sentía.
Acompañaba el aborto de Eloisa. Y Eloisa, acompañaba varios abortos en mí ese día. Supe del desafío que venía… ¿Qué haría con ese desierto lleno de prejuicios en los que estaba subsumida? Ella también tenía miedo. Era otro miedo.
Llegó Damián. Mi corazón se ocupó de decírmelo. Una taquicardia que pocas veces una siente. Unas pulsaciones distintas a la de estar con la persona enamorada. Damián no se parecía en nada físicamente a su hermana. Aunque sí, hablaba tanto o más que ella. Enseguida preparó mates y empezamos a charlar. Me contó que estaba estudiando la secundaria, que la había tenido que dejar dos veces porque necesitaba trabajar y que ahora estaba muy contento con sus estudios y que desea seguir una tecnicatura que le dará muchas oportunidades laborales. Supe que la tarde se amenizaba con su charla y que todo lo que sucedía en esas cuatro paredes, lejos estaba de mis peores miedos.
“Yo soy maestra” me atreví a contarle… él me miró, sacó sus carpetas de color negro y me las mostró. Tan prolijo. Tan ordenado. Usaba lapiceras de colores y no escribía en el borde de las hojas. Me habló de sus compañeras mujeres. Del centro de estudiantes. De sus deseos y enfrentamientos con algunos docentes que quieren sacarles derechos. De su militancia partidaria y me muestra, muy contento, su tatuaje del brazo izquierdo: no fué magia. Así, con tilde en la e.
Me contó, también, que tenía tarea de lengua y puso sobre la mesa, los cuentos que trabajan en literatura. Así, el aire se llenaba de Julio Cortázar y Silvia Schujer. De “Continuidad de los parques” a “Instantáneas” Está contento. Se le nota en las rodillas: por su modo de flexionarlas daría la impresión de que va a dar saltos en lugar de caminar, dice el cuento de Silvia Schujer
¿Cuánto de esas historias hay en cada socorro? ¿Cuánta historia circular nos circula? Cada miedo, los chiquitos y los grandes, los oscuros y los claros, hasta los miedos amables se fueron cayendo.
Mientras yo escribía mis anotaciones de ese día, Eloisa estaba acostada muy cerca de la mesa. Le dolía mucho ese aborto y se encargaba de decirlo. Cada tanto se metía en la conversación que sosteníamos con Damián y agregaba comentarios vinculados al odio que le tenía a su madre. Ella daba su opinión y luego se quedaba dormida. Y Damián me daba su punto de vista: Yo la comprendo a mamá. Ella nos abandonó pero recuerdo una vez a mi papá pegándole a mi mamá con una tabla con clavos. Ella toda llena de sangre y haciéndome un gesto con su mano para que yo no hable. Todos dormían, menos yo. Por eso la entiendo. Ella se fue para sobrevivir; sino, ahora, sería un femicidio más.
A Eloisa y a Damián les había tocado vivir una infancia muy compleja, difícil, vulnerada, violentada… Habían aprendido a sobrevivir buscando estrategias para almorzar y merendar. Para dormir calentitxs. Para que no los separen. Para defenderse del padre violento. Habían aprendido de la vida en la calle. Sabían que la tristeza puede ser oscura y fría como una noche de invierno y que para salirse de eso, bastaba con estar juntxs.
Después del paso tres, Eloisa abortó. Abortamos juntas en el baño. Con la puerta entreabierta para que entrase un poco de luz, un poco de calor. Yo me agaché delante de ella. Sentía frío y humedad; recordé la gotera de la ducha. Caía justo en el medio de mi espalda. Me calaba hondo y no importaba porque en definitiva, sentía la profundidad del frío porque ya no cargaba la mochila pesada sobre mi espalda. La tarde de conversación me había aliviado. Estaba bien sentir el agua. Estaba bien sentir así y no seguir cargando en la espalda todo lo que tenía antes de ese aborto.
Belén Grosso, Colectiva Feminista La Revuelta Neuquén, 2 de julio de 2017.
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