Es momento de escribir aquello que pasó el 8 de marzo en Neuquén. Es la oportunidad para contar lo que fue ocurriendo desde esa misma mañana, temprano, con los primeros rayos del sol. Será sucinto, será escaso porque ese día no cabe en una crónica. Ese día rebosa la memoria de las activistas que sobre el final de la noche solo podíamos mirarnos unas a otras sin demasiada fuerza para pronunciar palabra alguna pero con una inmensa felicidad.
El 8 de marzo no comenzó a las cero horas, se sentía en la cuerpa desde mucho antes. En febrero, las feministas llamamos a una asamblea, un encuentro que se sabía amplio, diverso, no exento de desacuerdos y aun así experimentado en aprendizajes desde 2017. Durante tres reuniones asamblearias discutimos esos lugares que nos encuentran y nos desencuentran. Amas de casa, trabajadoras independientes, docentes, asalariadas, precarizadas, trabajadoras domésticas, estudiantes, artistas, políticas, sindicalistas, tortas, travas, heteros, no binaries. Todas nos vimos cara a cara y nos dimos el espacio para la escucha.
El día del paro internacional y con la expectativa de todo lo que estaba por suceder, Las Revueltas, pusimos los pies en la calle. En la ruta 7, primero, para acompañar la volanteada propuesta por la Comisión de Mujeres de la Maderera Neuquén y en el Monumento a San Martín, en pleno centro neuquino, después. Tomamos la calle porque es nuestra, porque la transitamos sin miedo, nos adueñamos del espacio público, tan masculino, tan transformable.
Ese día repetimos mil veces la acción doméstica de colgar nuestras bombachas (y las de nuestras amigas), nuestros corpiños y nuestras bikinis. Mil prendas ondearon frente a la municipalidad, frente al Libertador, para disgusto de las/os sanmartinianas/os y a lo largo de todo el boulevard ante la risa, la sorpresa, la aceptación de las y los transeúntes. Sacamos las tangas del armario, las bombachas talle XXL, el encaje y el algodón para decir que nos unimos al Paro Feminista “para que dejen de matarnos”, porque “ya era hora”, “para que se entienda el NO”. Mil tarjetas, mil mensajes nos dejaron las mujeres que vieron en esa ropa que dejó de ser interior para ser pública, la invitación a decir lo quieren, a escribir el mundo que desean construir.
Frente a la catedral dejamos las toallas higiénicas que usan las mujeres mientras abortan, a las que les damos información sobre prácticas segura, sobre el aborto cuidado que es el aborto feminista. “Ya expulsé, me siento aliviada”, “Gracias por acompañarme, me siento re bien, ahora vienen a buscarme para cenar”, “No sé qué hubiera hecho sin ustedes”, decían las mujeres en esas citas pegadas a las toallitas. Ahí, en las narices del clero que nos prefiere muertas a inmorales. En la cara de aquellas y aquellos que dan vuelta la cara para no enterarse que abortamos porque queremos, porque nos lo pide el cuerpo, la realidad, nuestra historia. Porque lo vamos a seguir haciendo en el hospital, en centros de salud, en nuestras casas, o en las de feministas socorristas, bajo la mirada de los santos o cuando cierren sus ojos de yeso.
Así es el mundo que queremos. Así también marchamos el 8, en medio de 20 cuadras de mujeres, lesbianas, travestis y trans vibrantes de voces que cantaron sus consignas, de tetas al aire. Nos agrupamos, le dijimos NO al camión que no respetaba acuerdos.
Marchamos durante más de una hora dejando señales a cada paso, en el camino marcamos las postas de nuestros debates, por el trabajo, por el consumo, por las violencias estatales. Imposible obviar la Catedral, dejamos impresas las caras de los curas abusadores que se toman la licencia de intentar prohibir nuestros abortos. Pasamos por el supermercado más céntrico de Neuquén y dijimos “Abajo el impuesto a la menstruación”, en un pasacalle. Al Banco de la Provincia de Neuquén, le colgamos la palabra USURA, que es la que mejor le viene en estos suelos gastados por el extractivismo. Nos detuvimos en ANSES, porque “La reforma previsional (es un) ajuste patriarcal”.
En el Tribunal Superior de (In)Justicia, dejamos nombre y rostro de todas mujeres víctimas de femicidios en Neuquén y en el país, muchas de las cuales pasaron a ser solo un número de expediente en esos juzgados donde se respiran los aires de cofradía masculina. En el resguardo del silencio cómplice de desapariciones nos esperaba Gendarmería, nuestra sexta posta. Aun escondidos, los uniformados, pudieron leer que “Resistimos el terrorismo de ayer y hoy”. En la última posta también nos esperaban las puertas cerradas pero ningún policía. Es que este “Movimiento Neoliberal Patriarcal (MPN)” que nos gobierna no puede frenar a las mujeres que reclamamos licencias por violencia de género, jardines maternales, educación pública intercultural, aumento de salarios.
Con todas esas demandas la marcha avanzó, renovamos la corrida feminista, nos encontramos en un cierre con canciones interpretadas por mujeres en el escenario, con un Viva La Lucha Feminista multiplicado en cada cuerpa. Éramos cientos de mujeres en la columna feminista, eran estudiantes secundarias denunciando a su profesor acosador, eran hermanas de mujeres asesinadas, eran profesionales de la salud que garantizan derechos, empleadas domésticas, docentes, pediatras, jubiladas, obreras, oficinistas, universitarias, clasemedieras, todas de violeta levantando pancartas que decían “Por un mundo feminista”. Las niñas no faltaron a la cita, es que lo saben, las feministas las y los necesitamos. Hicimos temblar el mundo, con las cuerpas en las calles de este planeta que el 8M se volvió marea. Mostramos que somos parte de un movimiento feminista internacional global haciendo una revolución imparable. Y a quien no le gusta, se jode.
Acá estamos, cambiando el mundo, activando de a cientos de miles y miles esta vida feminista que tanto nos apasiona y emociona. ¡Viva! Seguimos y lo hacemos más convencidas que nunca que estamos siendo poderosas.
Videos: Ayelén Santillán y Pablo Fernandez- CartagoTV
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