Un día sin efeméride, ni aniversario, en la Casa Revuelta, 30 socorristas conversan, comparten ideas, reflexionan, lloran, se ríen, se abrazan, se sientan en el pasto, en el salón. Ellas son la celebración, el acontecimiento importante. ¿De qué hablan? De ellas, sobre ellas, sobre los impactos de ser socorristas en sus vidas, de los cuidados que aún faltan construir entre ellas mismas, de qué aportan a sus colectivas, de las redes nacionales y latinoamericanas, y también de chismes.
Por Emiliana Cortona y Melina Fit
Es sábado 24 de septiembre. Activistas feministas que integran colectivas y redes de acompañantes de abortos de Neuquén, Córdoba, Gran Buenos Aires y Ecuador, se encuentran en la Casa Revuelta. Les espera una jornada extensa, reflexiva y no menos divertida.
Escena 1 Comienza el encuentro
Piernas cruzadas y apuntes en la mano izquierda. Ruth mira alrededor, hace un paneo por las 30 socorristas que están sentadas en ronda.
—Bueno largaríamos..
Son las 9:45 de un sábado de sol, apacible. La mira a Belén, que está sentada a su derecha. Asienten con la mirada. Ya está todo listo para empezar.
—Muy buenos días. Bueno, les vamos a contar por qué estamos aquí y por qué las convocamos. El trabajo que vamos a hacer es seguir pensando y reflexionando sobre….
Hace una pausa. Deja los apuntes sobre sus piernas. Levanta la mirada, sonríe y dice:
—Aborto.
Las socorristas estallan en carcajadas.
Así arranca la mañana de trabajo, por delante quedan conversaciones, reflexiones e introspecciones. Muchas aun no lo saben pero a lo largo de la jornada varias van a identificarse en el discurso de la otra, otras van a anotar estrategias para sortear dificultades en la dinámica de la propia organización y la mayoría va a compartir experiencias andadas.
—
Escena 2 Conocerse, presentarse
—En general vamos a estar en ronda grande. La base de las dinámicas es la conversación y la escucha.
Dice Belén. De fondo, en una pizarra blanca y en marcador negro se lee: MIFE + MISO: Feliz (y un corazón). Entra la luz por el ventanal del patio de Casa Revuelta. El pasto ya está verde. Confiesan: no plantamos la semilla, compramos los panes de césped.
—Vamos a estar entre amigas y amigues, en confianza. Anímense a conversar.
Belén explica la primera dinámica: cada una debe presentarse, decir: nombre, edad, profesión, en qué colectiva activa, si tuvieron experiencia en otro colectivo y desde cuándo son acompañantes.
Y la ronda arranca. Hay socorristas que trabajan en distintos rubros, profesiones y edades. Está Nadia de 34 años, de La Revuelta Gran Buenos Aires. Y cuenta: “el socorrismo fue el primer espacio de activismo en mi vida”. Está Melina, trabaja como secretaria administrativa, empezó a ser socorrista en 2018. Al costado está Julia, socióloga, antes militó en una organización universitaria y en un bachillerato popular cerca de Tigre. Le llega el turno a Laura, de 43 años, trabaja en educación en las cárceles y participa de La Revuelta desde 2019. Romina tiene 36 años y es administrativa de la obra social de la provincia de Neuquén. Rosa es empleada de farmacia, tiene 52 años y cuenta que entró a La Revuelta por la primera escuela de socorristas. Florencia, es maestra, tiene 42 años, es socorrista desde 2018: “Antes estaba en el sindicato de la fruticultura, cuando acá había fruticultura”. De Ecuador llegaron Stephania, Paula y Ana. Se presentan una después de la otra. Trabajan en educación, en abogacía, las tres acompañan abortos desde Las Comadres.
—Conocimos el feminismo y nos conocimos todas.
Las feministas son muchas y trabajan en distintas profesiones: son ceramistas, cajeras de supermercado, vendedoras de repuestos de autos, actrices, clowns, podistas de grandes árboles y biólogas. Han transitado distintos caminos: han militado en partidos políticos de izquierda, sindicatos, organizaciones ambientalistas y en iglesias. Tienen nucas rapadas, son rubias, con rastas, flequillos rectos y pelos cortos. Uñas esculpidas y también uñas comidas a mordiscones. Con borcegos, zapatillas de última generación, de runners, y ya pasadas de moda.
Y está Lidia, que se presenta.
—Me dicen Li. Tengo dos veces 30. Antes yo era muy “Susanita”. Mi activismo empezó en el ‘88. Empecé en el feminismo cuando me fui del trotskismo en el 2000. Soy docente, mandato cumplido. Estoy en la red de socorristas desde 2012. Y además, con un grupo de amigas jubiladas que nos llamamos “Jubilades en acción” estamos queriendo tirar abajo a una ley de mierda.
Las socorristas ríen.
—Y quería decir que estoy muy conmovida de estar acá.
El living de la casa se enciende. Las socorristas, al unísono dicen:
—Ahhh
Los ojos de Li estallan.
Escena 3 Traer un objeto para ofrendar
Ahora se mudan al patio. Ahí les espera una manta sobre el césped verde. Se agrupan, replican la ronda. Cada una tiene algo en sus manos que trajo para ofrendar.
Larga Florencia.
—Mari Mari
Y cuenta que trajo un lawen de su patio, de su casa. Y explica: en la cosmovisión mapuche, en los lugares no estamos solo las personas, hay fuerzas espirituales. Cada vez que llegamos a un lugar, hay que reconocer que antes hubo otras personas, que no fuimos los primeros en llegar, que hay una fuerza espiritual que es parte de la naturaleza y tenemos que entender que somos parte de esa naturaleza y que somos solo una forma de vida.
Se acerca a la alfombra, se arrodilla y deja un frasco de boldo y otro de romero.
—Los traje porque son aliados de nuestros acompañamientos socorristas, son plantas aliadas de nuestro cuerpo.
También deja manzanilla y unas ramitas de lavanda.
La alfombra sobre el césped se llena de a poco con: cancioneros, el primer pañuelo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, un anillo, una agenda abarrotada de reuniones, el primer libro que publicó La Revuelta, un llavero abortero que funciona como “Bati señal”, una piedra Selenita que viajó desde Ecuador, el relato de un aborto, un libro de educación sexual.
Se miran, se escuchan. Están en silencio frente a lo que cada una trajo para compartir. Se emocionan.
Dejan un cadáver exquisito, una foto de unas niñas, unos auriculares, un óleo y aceite relajante.
Escena 1 La vida Socorrista
Leen, abrazadas, agachadas, anticipándose un poquito a la puesta en común de la propuesta de escribir en distintos papeles de colores respuestas vinculadas al socorrismo y el impacto en sus vidas.
Antes escribieron algunas solas muy concentradas, otras intercambiaron ideas, hay quienes eligieron el césped y el solcito de la mañana que de a poco se fue tapando con las nubes de esta primavera tardía en Neuquén.
Sigue la ronda, ahora se comparten las respuestas. Se llena el aire de experiencias personales, vivencias, sentidos, las socorristas están para otras y para ellas.
Habla Nerina, en un tono bajo, de brazos cruzados, venciendo la timidez de ser una de las primeras en tomar la palabra:
—Me cuesta pedir a otra persona que me escuche.
Ahora Lidia:
—Me costó dividir en colores porque pienso que es todo dialéctico. Empecé a usar el celu siendo acompañante. Dejé muchas cosas pero hago otras, hay vínculos que se distancian y otros se hacen más intensos. Creo que tengo más empatía y la posibilidad de escuchar de otra manera, más cuidadosa con eso de “juzgar a alguien”. La vida se transforma y para mejor.
Escena 2 El abrazo
El abrazo llega a todas las presentes, aunque la ronda es larga, aunque no se conozcan detalles de su historia. Lili se abraza con Noelia, su socorrista, que ahora además es su compañera. “Es estar para nosotras, estar para otras, y que otras estén para mí. Entré al socorrismo porque otras estuvieron para mí”, cuenta con firmeza y ternura, las lágrimas llegan después del abrazo.
Llega a todas porque el sentir es compartido: “Me trajo el comadreo, mucha complicidad, apañe, sé que no estoy sola”, dice Paula, con su tonada ecuatoriana. “El socorrismo me hizo mejor persona, docente, hija, madre, amiga”, enumera Flor de Neuquén y Laura, de Córdoba agrega: “El feminismo y el socorrismo me trajeron el placer y el disfrute”.
Las respuestas a qué cosas han sumado desde que son socorristas, qué dejaron y qué extrañan se van alternando. Julia asegura:
—El socorrismo me trajo otro sentido de la responsabilidad, y es profundamente político.
Y Nadia confiesa:
—A esta altura tendría 3 pibes por lo menos si el feminismo no me rescataba. Entre lo mucho que sumé está en pensarme en colectivo.
Ruth retoma algunas respuestas para que no queden solo en el aire, las anotó en su cuaderno: “no es por sacrificio es por elección, me parece interesante contar que cuando elegimos acompañar abortos elegimos cómo vivir nuestras vidas. Y ahí se construye un sentido de la responsabilidad política donde también se redefine lo que es la política”.
Escena 3 Las penas
Nadia no extraña nada, Lida añora sus tardes de leer novelas al sol, Julia quisiera desconectarse un poco del celular. Paula asegura que el socorrismo le trajo la criminalización, la clandestinidad, miedos que no estaban antes en su vida. Son algunas de las respuestas a la pregunta si extrañan algo de lo que dejaron por su hacer socorrista.
Si algo va quedando claro es que el socorrismo no es un sacrificio en absoluto, pero también asoma la idea de no romantizar las luchas ni idealizarlas. Poder poner en palabras las tristezas también es una apuesta política. Así lo desliza Belén cuando habla:
—Los acompañamientos también me traen pena, por esas vidas… La vida colectiva nos va salvando de esas angustias y tristezas que trae este mundo. Mis mundos se fueron llenando de mujeres. Los acompañamientos me hicieron aprender a quererlas, aprender a escucharlas”
Pensar en movimiento y en colectiva. Así es la propuesta del tercer momento de la tarde, después del almuerzo y un breve recreo. Hay cuatro preguntas en cuatro espacios distintos de la Casa, por los que irán pasando los grupos de 6 y 7 personas. Tienen diez minutos para responder, la coordinadora de cada espacio va anotando las respuestas. Luego pasan a la otra pregunta donde responden en base a lo que respondió el grupo anterior.
—“Desde la mañana estoy conmovida, este ejercicio trata de recuperar las genealogías, esto de que no todo empieza cuando llego yo. Me mueve a seguir construyendo desde quienes nos abrieron caminos, imposible no pensar en la Gra.
La que habla es Julia, recuerda a Graciela Alonso, una de las fundadoras de La Revuelta, fallecida en marzo del 2020.
Durante el ejercicio en los grupos más chicos hay quienes se animan a hablar un poco más que en la ronda general.
Ruth, Belén, Nadia y Juliana cuentan las respuestas que se fueron armando en cada pregunta. De a poco salen cuestiones personales, individuales, vinculadas a los cuidados de quiénes cuidan/acompañan, que en el entramado de la charla, del intercambio van tomando el desafío político de re-pensar y re-construir modos de hacer y ser socorrista.
Y surgen varias reflexiones:
—Falta afecto y ternura importante dentro de la colectiva, a veces resulta más sencillo acompañar y cuidar a quienes se realizan los abortos y cuestan los cuidados entre acompañantes de la misma colectiva.
—Los detalles importan: la ingeniería de lo chiquito.
—Tarea como feministas: devolverles la fragilidad o sensibilidad a las compañeras más aguerridas.
Y otras más:
—Corrernos de los lugares de poder todo, asumimos muchas responsabilidades.
—Poder transitar la ansiedad, la depresión, la salud mental en colectivo.
El cierre fue un momento especialmente dedicado al chisme, situaciones bizarras y “sin filtro”. Se descorcha el vino, florecen las anécdotas y las tentadas.
Lo confesado en el sacramento feminista queda para las 30 socorristas sentadas en ronda. Las imágenes de esa felicidad para todxs, para que se expanda:
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