Por Mónica Reynoso
Mi sentido del deber me llevó a ver Barbie, la película. Fue un día de semana en horario de siesta, poco concurrido, éramos menos de diez. Fui no sólo por mi sentido del deber sino porque un varón que quiero mucho, también periodista, insistió bastante para que fuera. ¿La viste? ¿la viste? Tendrías que verla. Como se trata de un tipo tierno en vías de deconstrucción permanente, un ex machirulo, digamos, me fui al cine un jueves a la siesta. Me interesaba charlar después con él, que salió entusiasmado de ver la película.
Barbie y yo, confieso acá, cero onda. Ella no me dice nada a mí –subrayo: a mí– y yo para ella tengo sólo acercamientos de orden intelectual, aproximaciones críticas, poco o ningún afecto, alguna preferencia que mencionaré después. Me pregunto si mi relación con Barbie sería diferente de haber nacido yo unas décadas después; en ese caso la habría pasado bomba vistiéndola y peinándola, tal vez dejándola pelada o arrancándole una pierna, vaya a saber. Pero somos casi contemporáneas (ella se conserva bastante mejor que yo, es cierto) y las dos nacimos en marzo, bajo el signo de Piscis, lo que debería acercarnos un poco más ¿verdad? Pero no.
Aun con estos mis años, me considero una persona en indeclinable situación de infancia. Fanática de los muñecos, de los dibujos animados de Miyazaki y del planeta Disney casi entero, he disfrutado como una niña junto a mi niña en Disneylandia ante los cuerpos reales de las criaturas que conocí en la realidad unidimensional: señores disfrazados de Mickey y Woody, muchachas disfrazadas de La Sirenita y Blancanieves. Todo mi aparato ideológico se desplomó como un piano en los parques de Disney. Allí la magia sucede. Es el pacto tácito que se da en el teatro, cuando creemos lo que está sucediendo ante nuestros ojos y nos entregamos a esa fantasía sin resistencia.
He leído tanta pero tanta información sobre Barbie estos días que estoy en condiciones de dictar un curso, pero atosigada de datos y con la reciente experiencia del cine no termino de encontrar una idea sólida, una frase, para concluir una opinión sobre ella, la muñeca. ¿La muñeca? ¿o la muñeca que interpreta la actriz Margot Robbie? Tecleo “Barbie” para confirmar el nombre de la actriz y en la pantalla de mi computadora llueven destellos color rosa y toda la pantalla se tiñe de rosa. Me quedo asombrada y divertida por el truco. Así funciona el lado maravilloso del mainstream.
Google. El anglicismo mainstream puede ser traducido en español por corriente o tendencia mayoritaria, cultura de masas o popular, que arrasa o que causa furor.
Copio algunas de las notas que tomé en la casi total soledad del cine mientras la pantalla sí que chorreaba rosa chicle como una cupcake:
Para decir algo consistente sobre Barbie película debería volver a verla, y quizás con más público. Niñes, de ser posible. Un coro de vocecitas fascinadas diciendo aaahhh, un griterío de felicidad, el zapateo nervioso de cuando algo terrible está por suceder. Para eso una va al cine, a vivir una ceremonia colectiva como un recital. En la función a la que asistí hubo dos o tres ocasiones en las que me reí a carcajadas francas (1) Ken chocando con su tabla de surf contra una ola de plástico. 2) Barbie descalza sin sus tacos imposibles manteniendo la curva de los pies como si siguiera calzando esos tacos imposibles. 3) Barbie y Ken en el mundo real ante un grupo de muchachos reales de la construcción que piropean grueso a Barbie). A mis sinceras y espontáneas carcajadas respondió el silencio y nunca nadie manifestó nada en esa lúgubre función.
Pero no es la sala semivacía lo que me dejó insatisfecha. Quedé tan atiborrada de color, ruido y movimiento, escena tras escena recontra recargada de detalles, parlamentos graciosos, mucha acción, un vestuario deslumbrante, planos y planos de realidad ficticia y realidad real que quedé en condiciones de afirmar sólo dos cosas como síntesis, dos maneras de analizar y valorar esta película exitosísima y costosísima que compite con “Oppenheimer”, otro tanque que nos manda Hollywood, el delivery de nuestros módicos sueños.
Un modo de valorarla es de trazo grueso y consiste en rescatar el mensaje ligeramente feminista, como el perfume de un vaporizador, que aporta, también a trazo grueso, el conflicto entre los sexos representado en Las Barbies versus Los Ken. Algo nuevo y algo bueno seguro quedará para alguien del público, y eso está bien, chapeau. Otra forma de verla es precisamente lo que apuntaba más arriba: la multitud de recursos estéticos, narrativos, imaginativos, compositivos y muchos etcéteras más componen un mazacote enorme de sentidos difíciles de discernir. El principal, la ida y vuelta de Barbieland al mundo real, el vaivén de la muñeca y su universo fantástico de belleza, felicidad y libertad a la mujer en un mundo bastante choto, que sería éste. Aunque finalmente lo acepte.
Lo prometido. Tengo una Barbie favorita, incorporada como un personaje de fantasía en un mundo de fantasía. Un juguete en una película de juguetes, justamente La Historia de Los Juguetes: Toy Story. En la 3 es medio lideresa de una acción valerosa, pero en la 2 es una muñeca auténticamente muñeca. Es la Barbie guía que se desprende del grupo de Barbies con quienes juega en la juguetería de Al. Tiene uniforme de azafata, se ofrece para guiar a otros juguetes en un autito de juguete y se lanza al volante ante la admiración de Hamm, Slinky, Rex y el Señor Cara de Papa, que han venido a buscar a Buzz Lightyear. Barbie maneja el autito de juguete con las manos rígidas a cada lado del volante, porque así tiene las manos una muñeca. Y cierra esa película encantadora con un mensaje desopilante, tan lleno de gracia que sólo cabe adorarlo. Una parodia perfecta del “ser muñeca” en menos de un minuto. Díganme si exagero:
Interesantes las opiniones. Pero a veces una Barbie es nada más que… una Barbie,
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