Por Mónica Reynoso
Si hubiera un llamado para cubrir el puesto de Biógrafa Oficial de Martín Kohan, si acaso eso existiera, digo el puesto, no Martín Kohan, yo sería la primera en postularme. Es más, estoy tan ilusionada con un proyecto así que no tendría problema en simular que el puesto existe y que otro tanto ocurre con el llamado. Dadas tales ventajosas condiciones, ser la primera en inscribirme y ganar el puesto consistiría en un trámite sencillo. No puedo explicar por qué, pero creo contar desde ya con la adhesión entusiasta del individuo a biografiar. Él apoyaría la idea no por narcisismo sino por mantenerse fiel a su modo de actuar: hace todo con optimismo y pasión. Y es por eso que los detalles de su vida (más que su obra, me atrevo a decir) lo han convertido en un rock star que arrastra multitudes, además con la virtud de que él no tiene la vanidad de los artistas. Es cero presuntuoso. Ni siquiera se define “soy un escritor”, sino que dice de sí que es “alguien que escribe”. Y lo hace a mano.
Lo sigo desde el encierro por la peste, cuando la profusión de videos y zoom de charlas, conciertos, conferencias, puestas de teatro y recetas de cocina servía para aliviar la soledad y sostener latente la idea de que había una vida y un mundo esperándonos más allá del portón de casa. Desde entonces miro con cierta constancia las amables conversaciones de MK con los medios como quien se engancha con una serie. Una serie buena, las que las reseñas llaman “imperdibles”.
Descubrí el equivalente al episodio 1 de la temporada 1 en el video de un programa con María O’Donnell en LN+ donde MK dio un certero disparo al corazón de la tilinguería. Había una mesa compartida con Marcelo Larraquy y Guillermo Martínez, hace más de seis años. El tilingo en cuestión fue Darío Lopérfido, empeñado en balbuceante disputa sobre el número de desaparecidos, disputa meneada ya por esos años y sofocada decidida y razonadamente por MK en la mesa. Una digresión necesaria: Lopérfido debió renunciar entonces a sus cargos en el gobierno porteño por presión de los trabajadores de la cultura, pero Macri lo destinó a Berlín. Cuando María O’Donnell le preguntó cuál era su nuevo cargo, Lopérfido respondió: “El cargo se llama Representante Único para la Cultura en Alemania” (sic). En realidad el título de su nueva ocupación era Representante Especial para la promoción de la Cultura Argentina, según el Boletín Oficial. Una crónica dedicada a un lector minucioso como MK no podía omitir el detalle sintomático expuesto por Lopérfido al nombrar su cargo. No cuando se acaban de desempolvar los viejos mitos de la derecha argentina, tan proclive al mal.
En aquel programa se vio -se aplaudió- al Kohan de nítido pensamiento democrático y humanista. Habló de los 30.000 como una cifra abierta que sigue interpelando al Estado: dónde están esos cuerpos. En otro encuentro con María O’Donnell, esta vez por radio, se prestó a analizar ciertos reflujos de la violencia y contó algo sorprendente. Dijo que había escuchado “muchísimo” a Baby Etchecopar en Radio 10, durante años, como “fenómeno social” porque -dijo- las ideologías de odio, misoginia y homofobia “por lo general se disimulan”, pero en el caso de Etchecopar eso no ocurría: “En él la discriminación es pornográfica, está todo a la vista, explícita como pocas veces”.
Si me estoy postulando para ser su BO (Biógrafa Oficial), es porque MK es un tipo interesantísimo que suscita fascinación por sus ideas y por el fervor con que las expone. El cruce de profe de Literatura con crítico, escritor y polemista, entregado con igual fervor a todas y cada una de esas tareas intelectuales, dan como resultado un hombre de su tiempo que estudia, piensa y habla para que lo escuchen -sabe que tiene algo que decir, y lo dice muy bien- pero que viene dando además una larga obra artística admirable, inquietante, singular. Su inserción material está en la cátedra de Teoría Literaria en Puan, ahora de moda por la película, vale decir la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la universidad pública donde estudió.
Los de Puan son una logia semisecreta, arropada en sus saberes y sus rituales y sus tics que muestra bien la película, pero son muy pocos, casi nadie salvo Kohan, los de Puan que se prestan a conversar con periodistas de modo tan amable que permita indagar en su vida privada y sus costumbres domésticas. Éste sea tal vez el encanto mayor de MK: su cercanía. (Pensar que hay tanto cacatúa que se autopercibe “filósofo” (un Alejandro Rozitchner, ponele) y otros que ponen “artista” al lado de su nombre, como si ese acto minúsculo los elevara sin remedio a las altas cumbres de Leonardo y Virgilio.
Kohan, de riguroso equipo Adidas, jean y zapatillas, mochilita a la espalda, anda por los canales, los diarios y las radios, como cuando va a clase o a un congreso internacional de especialistas. Siempre sonriente, siempre de buen humor, buscando las palabras que -yo diría, en un exceso- lo justifican en este mundo cada día más empobrecido de todo, también de la belleza de decir con verdad y con elegancia. Llevó su pensamiento refinado y complejo y a la vez al alcance de todos por training didáctico (es profe) a la última Feria del Libro. Citó a grandes argentinas y argentinos, algunos extranjeros y dedicó párrafos especiales a la lectura y a los lectores.
“La lectura, elogiadísima en abstracto, se desestima en lo concreto. No es la literatura, un ámbito relativamente acotado, la que, según creo, se perjudica en mayor medida, sino más bien la discusión política, que hoy transcurre casi enteramente sobre la base de desconocer o distorsionar (o desconocer para poder distorsionar) lo que en verdad el otro dijo, o triturarlo hasta la frase suelta y quedarse meramente con eso”.
Lo he visto en varios de los ¿cientos? ¿miles? de videos que lo tienen ahí, charlando como uno más, contar que no comprende que haya personas que no leen en un viaje y, él mismo lector 24/7, aclara que un profe que lee en su casa no está de recreo, sino trabajando. Es fácil imaginárselo en silencio, la cabeza gacha ante el libro abierto, la posición absorta y concentrada por horas. Pero también trabaja en medio del ruido. Escribe en bares, rodeado de ese rumor de voces y pocillos y bocinas de Buenos Aires. A diferencia de Javier Milei, a Kohan no lo distrae el pensar “con tanta gente hablando hablando a su alrededor”.
Del ruido al clamor hay un paso. Kohan es el que, como Charly a la pileta desde el noveno piso, se zambulle al medio del despelote magno de un partido de fútbol, otra forma de su pasión, donde se descontrola como hincha fanático de Boca. Las dos horas de cola para entrar a la cancha las soporta, cosa rara, sin un libro en la mano, contraindicado en la tribuna ya que se lo considera objeto contundente y peligroso, lo que es absolutamente cierto. Clemente Cancela, cuando lo entrevistó para el podcast Pasarla Bien, le confesó que no pudo dormir la noche previa por cuánto lo admira y la emoción de recibirlo. Su compañero, Diego Della Sala, tranquilizó a Cancela diciéndole que para perderle respeto a Kohan basta con hablarle de fútbol. El truco, en efecto, confirmó su eficacia en la charla que siguió más de una hora entre carcajadas. Las conferencias y entrevistas que dio por zoom en la cuarentena fueron con la bandera de Boca colgada detrás suyo presidiendo el acto, igual que el pabellón nacional preside los actos patrios.
Como mi biografiado, pasaría horas de charla cordial con ustedes, quienes leen aquí. No hablé de su obra literaria porque quise probar un perfil breve de alguien que me inspira. No sólo lo admiro y me hace feliz como lectora de sus cuentos, sus novelas y sus ensayos sino que percibo en él, a quien no vi nunca, esa ternura grande que emana de una cierta, escasa, clase de personas. Es eso, ternura, lo que derrama su honesta presencia, aun en las intervenciones públicas donde el protocolo controla y ordena las emociones. No sólo la inflación y el genocidio en Gaza nos angustian y entristecen. Es la falta de ternura entre nosotros.
Martín Kohan es un tipo entre nosotros que al descubrir en un libro usado un subrayado dice que lo conmociona como algo extraordinario, pero admite que “es extraordinario para mí, que no me pasan muchas cosas”; un tipo al que no le gusta mentir al punto de que cuando era niño y su padre le decía que lo negase si alguien lo llamaba por teléfono, él, Martín, le pedía al padre que al menos saliera al pasillo para poder decir “mi papá no está”; que cuando descubrió una mañana a Maradona en una esquina de Buenos Aires se abalanzó, enloquecido, para saludarlo y tocarlo y sintió ante él “el aura del que habla Walter Benjamin, el aura de cierto objeto que tiene un halo de divinidad”; es el tipo que, a veces mientras habla, menea levemente la cabeza como si tuviera todavía el flequillo dorado de su infancia; el hombre que reconoce muchas formas de agasajar a Alexandra Kohan, la mujer que ama, pero dice que cuando mejor expresa su amor por ella es “cogiendo”; el que desde 1988 lleva agendas de papel cuya lista alfabética renueva cada año, a mano; el que tiene estudiantes que publican su cariño por él, su profe, en redes sociales que él decidió no tener.
Me voy yendo. Les dejo este video hermoso donde quedan charlando Martín Kohan y Luis Gusmán en la Librería Hernández, la inevitable, la obligada cuando vamos a Buenos Aires con plan de Cine Lorca, pizza y libros. Están hablando de cuando la avenida Corrientes y calles vecinas eran un pueblo de libros y escritores; chismorrean, se ríen, evocan, rodeados de libros y recuerdos. Afuera se escucha la ciudad.
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