Por Mónica Reynoso.
Encuentro un manojo de pelos blancos en el piso del auto, en el asiento de atrás. Lo recojo, lo acaricio, lo desenredo, entrelazo en mis dedos ateridos las delgadas hilachas de la pelambre de mi perra Liliana. Lili. Lili que ayer dijo adiós. ¿Querré conservar este manojito etéreo de ella? ¿guardarlo en una cajita, acariciarlo, olerlo, saber que está ahí, esperándome?
En el patio están, dispersos, los restos de su paseo cotidiano entre el pasto, la vereda y las plantas: las piedras que ha elegido para jugar, la pelota de colores perforada por sus dientes, soretitos secos, su colchoneta roja. Señales de una vida tan rotunda y clamorosa que ahí no tiene cabida la muerte. Sin embargo.
Con el viento atroz de la mañana apenas puedo salir de casa y partir hacia el río que me llama. Andar sobre sus pasos chuecos por el camino despoblado del verano que partió. Me sigue y me acorrala y me ahoga la ausencia; me aturde el dolor. La invito como siempre a que me siga. La sigo como siempre rumbo al río. Nos decimos las mismas cosas tiernas de siempre. Es tan feroz el viento, estamos tan solas, su memoria y yo; no hay nadie que se apiade de nuestro presente helado; el río sigue en sus cosas, indiferente. Ni siquiera hay sol. Lili ayer dijo adiós.
No habrá jamás en este mundo una criatura semejante a Liliana, no con esos ojos agradecidos, no con esa bondad ni ese arte de vivir ni esa discreción y esa elegancia. Ninguna criatura conocida tiene ni tendrá su capacidad de comprensión, de afecto, de brava mansedumbre. No hay belleza que se compare con su belleza, ni lugar amable donde no haya revoloteado su espíritu inquieto, sabio.
Nunca más arañará mi puerta la felicidad silvestre bajo la forma de una perrita graciosa. Ahora, si miro a mi espalda, sólo hay sombras en el sillón donde, paciente y silenciosa, acompañó mis tareas por años. Amé a esta criatura del modo desesperado de la única vez. A sabiendas de lo efímero que son estos amores insospechados: llegan un día como un bollito palpitante que cabe en la mano, un puñadito de carne y pelos desde el que un par de ojos como luciérnagas te interpelan, te interrogan, te envuelven de la ternura que nunca conociste. Y sucumbís. Has aprendido un par de cosas al paso del tiempo. Una es que hay un fin y que es inapelable. La otra te será revelada en el amasijo de amor que ha traído a tu vida Liliana. Lili. Lili queridísima. Lili, la dignísima. Lili que ayer te dijo adiós.
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