Por Mónica Reynoso
Vengo de la tele. De ver tele. Hoy el Senado “debate” la Ley Bases. Un paseo al trotecito por los canales de noticias y casi me tiro de cabeza al río en busca de una muerte rápida. Pocos canales, TN es uno, advierten: “ATENCIÓN: contenido no apto para niños, niñas y adolescentes”. O, más rebuscado: “Imágenes sensibles”, lo que no es cierto. Las imágenes están ahí, gozan de inocencia, pero son brutales. De a ratos seguí la trasmisión del Congreso en este día triste: la tragedia se repite hasta la náusea, es asombroso. Es penoso. He dejado (o me han dejado) hace mucho la niñez y la adolescencia, pero me siento incluida en las advertencias de estar frente a la tele. Porque tampoco es apta para algunos adultos como yo. Qué mala sangre, che. Qué miseria, tres empanadas. ¿Cuándo la televisión se dará por rendida definitivamente, cuándo querrá respetar y ser respetada, ser creativa?
Pasado el mediodía del miércoles 12 de junio, soy Heródoto. En el primer tomo de sus libros de historia escribe: “Heródoto de Halicarnaso presenta aquí los resultados de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en el olvido”. Muy inspirador. Pero no esperen de mí que viaje a pie por el desierto, ni que tome testimonio a los griegos y a los bárbaros. Estamos 25 siglos después de Heródoto; frente a la tele, estoy cómodamente sentada y provista de un bloc y una birome, matizando cada tanto con Twitter. Ahí voy, Clío, sé mi musa.
A la hora señalada, el canal IP inocula zozobra. En pantalla se suceden las preguntas “¿avanza la ley bases? ¿Milei vetará la ley?” cuando un cartel del ancho del televisor estalla: AHORA AHORA AHORA. Contengo la respiración pero aguanto. ¿Qué viene por dios? Viene esta data tremenda: “El Congreso vallado. Llegó la Gendarmería. Ley Bases: comenzó la sesión”. Seccionada en cuatro, la pantalla muestra la calle, la plaza, el Senado y un recuadro que informa el protocolo de la votación. El contenido del recuadro -lo que puede leer cualquiera con segundo grado aprobado- es leído en off por la voz de un hombre que revienta de ansiedad. (Muy gastado el recurso de la voz en off con imágenes redundantes, muy perezoso).
Y DALE CON LAS HERRAMIENTAS
En el Senado y en esta sesión televisada, lamento que las intervenciones de senadores y senadoras estén silenciadas (se dice muteadas, ya sé), cuando es precisamente lo que vine a escuchar. Ahora en TN hay una senadora, Beatriz Avila, que tuve la suerte de escuchar en dos breves oportunidades. De tono firme, apenas indignada, no mucho, Beatriz Avila exige darle a Milei “las herramientas para que gobierne”. El poco de indignación que le sale lo descarga en quienes niegan “las herramientas” a Milei. “Hipócritas, hipócritas”, susurra, un poco atribulada. Un poco. Sale de pantalla la senadora Avila porque entra un cronista que está en un salón del Senado. Hace un relato minucioso de la sesión desde que empezó a la mañana y luego reaparece la senadora Avila. Nos toca confirmar la firmeza de sus convicciones: sigue empeñada en el tema de “las herramientas”. (Desde mi posición de espectadora pregunto al aire: pero cómo herramientas ¿y la motosierra? ¿y la licuadora?). Pero en defensa de Beatriz Avila hay que decir que muchos de sus colegas tampoco encontraron otra palabra que “herramienta” -o su plural, “herramientas”- para explicar el por qué votan la ley. Les reprocharía desapego por el estudio -hay diccionarios, está Google- pero a la pobreza de origen se suman la falta de convicciones y la consecuente resignación. Se nota mucho.
Crónica, como siempre, la rompe. Pantalla plena en rojo, mayúsculas a los gritos: MÁXIMA TENSIÓN. LLEGAN MÁS GENDARMES. EL CENTRO TODO COLAPSADO. “SUBAN TODOS A LA VEREDA”. Y en el zócalo una pregunta: “¿Qué pasó con nuestros adultos mayores?” Un contador sigue, segundo a segundo, el paso del tiempo en el Senado. Como si estuviera a punto de detonar una bomba.
La máxima tensión es la frase favorita de la tarde. En algún canal se perfila a Pablo Moyano: “Moyano desafiante: Vamos a avanzar”. La imagen: Moyano en la plaza, avanzando pancho como si fuera a tomarse un cafecito al bar con sus compañeros. Todos se ven relajados y sonrientes.
A24. Pantalla partida en cuatro. 1) Vivo. Avenida Rivadavia y uniformados. 2) Vivo. Habla un senador. 3) Vivo. Más uniformados. 4) Vivo. Alfonsín hijo en imagen y en zócalo: “Macri dijo cosas muy feas de la UCR”. Uy, cierto: Macri, UCR, Ricardito Alfonsín. Un sopapo de recuerdos.
Me estaciono en LN+, partido en seis pantallas. En una María Laura Santillán está intrigada por “la estrategia de Moyano”. En otra un invitado habla de “la conversación” que tuvo el gobierno con Lucila Crexell. Las restantes pantallas son recortes sueltos, igual que en la vidriera irrespetuosa de lo que Gustavo Sylvestre silabea como la-re-a-li-daddd. A media tarde, a un canal de cuyo nombre prefiero olvidarme se le ocurre anunciar que hablará Milei. Ningún otro lo anuncia. Mal ahí ese chiste. Alguien más perdió su laburo hoy.
EN VIVO. AHORA. ALERTA. ÚLTIMO MOMENTO. URGENTE. Exhortaciones alarmantes. Catástrofes inminentes. Pasadas casi cuatro horas de sesión y de asombrosos preparativos bélicos, Patricia Bullrich se aburre. Empieza el gas pimienta. Pasan más horas y los preparativos se convierten en acción. Hay tipos tirando piedras y quemando cosas. A cara descubierta, se mueven sin problema entre los de uniforme, que ni los miran. En el Senado nadie escucha a nadie y Villarruel aprovecha para tuitear contra los K.
DE LA ERA DEL PAPEL
Quise escribir algo por el Día del Periodista, cuando siempre recordamos a Rodolfo Walsh pero nunca a Enriqueta Muñiz. Soy de la era del papel, como dijo Fabián Bergero puesto a definir mi generación. Y tanto lo soy que todavía me entrego a los diarios entintados, allí donde haya uno. La decepción nunca me decepciona. El diario en el que trabajé por años sale hoy modo indigente, flaco como un panfleto. En aquellos años (tampoco tiempos de Heródoto), como no teníamos competencia, trabajábamos a nuestras anchas, no corríamos contra nada. Si la noticia valía, el cierre podía esperar. Desde la presa en construcción en Piedra del Águila, he mandado despachos telefónicos en trasnoche, reportando la decisión de una asamblea obrera. Quien estaba en el cierre esperaba mi llamado (desde un fijo, claro), tomaba nota y mandaba el artículo a composición. La tecnología era bastante precaria pero había diagramadores y correctores (personas de verdad) en la edición de las páginas. Se le daba poca bola a la imagen pero nunca salíamos sin un fotógrafo. Y si digo fotógrafo digo Zorro Pullozzi y me prendo un Benson en su honor. Cómo fumábamos en la redacción. Escribíamos sin otra pantalla que la de nuestra PC, envueltos en humo y futuro. No sabíamos cómo iba a salir publicado nuestro trabajo hasta verlo en las hojas del diario. Hora de putear, de arrepentirnos o de respirar satisfechos.
Una parienta lejana de Lucila Crexell pasó vergüenza durante una sesión en el Concejo Deliberante que me tocó cubrir (siempre hablo del siglo pasado). Escribí entonces un artículo mordaz con foco en el papelón de esa dama intocable de la alta sociedad neuquina. Mi jefe me recibió con aplausos que hoy tanto me ruborizan como me gusta recordar. Él ahora me mandaría a escribir algo sobre la senadora Crexell. No tendría mucho que pensar; me quedaría con una frase que ella pronunció estos días: “Hubo una oferta y hubo una aceptación”. Notable argucia. Lucila Crexell escondida en el impersonal “hubo”, como si dijera “alguien hizo una oferta y alguien la aceptó”. Ella no está presente en ninguno de esos verbos. Ella se sustrae de la acción que decidió vivir y que vivió. Me gustaría pensar que unas gotas de dignidad le impiden verbalizar en forma completa la opción que tomó: Yo elegí la extorsión y a cambio pedí París.
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