Por Seba Fanello*
Se hace urgente la afrenta contra todas las expresiones fascistizantes que justifican la represión y los discursos de odio promovidos por los representantes y simpatizantes de la ultraderecha. Se hace urgente abandonar las tibiezas y volver a interpelarnos, a rehabilitar los vasos comunicantes, el cara a cara, la discusión acalorada, la fricción del desacuerdo contra el enemigo común. Mientras anduvimos entre nosotras policiándonos y señalándonos el habla y las posibilidades de hacer molotovs con el humor y el lenguaje, la ultraderecha asciende, reprime y se instala con un discurso que, hasta en sus expresiones más odiantes, es anémico, superficial, de lo más ramplón, tipeado con publicidades de yogurt. Como si nada, nos vamos acostumbrando a escuchar gobernantes y simpatizantes derechosos flojitos de papeles a la hora de dar discursos y hemos naturalizado el infarto al martillo (el del oído) que sufrimos cuando escuchamos las barrabasadas que dicen en público. Luego esos discursos se replican y terminamos oyendo su repetición en el barrio, entre vecinos, entre amigas ¿Qué hacer entonces al respecto? ¿Interrumpimos ese flujo facho? ¿Nos alineamos con la superficialidad del lenguaje o entrenamos otra vez la palabra como arma?
Primero hay que parar de apuntarnos entre nosotras, hay que parar con la censura disfrazada de buenas intenciones que nos llega cada vez que armamos bombas irónicas, sarcasmos y molotovs lingüísticas. Hay un binarismo del cual parece que todavía no estamos dispuestas a salir. Es un binarismo moral: “lo que está bien y lo que está mal”; “como decir bien y no decir mal”. Binarismo moral con el que nos machacan a quienes nos dedicamos desde hace mucho tiempo a ser ácidas con nuestro humor, a utilizar el humor como un mecanismo de defensa contra lo aberrante que es el mundo y sus sistemas represivos.
En esta Vaca Muerta a la cual protegen y blindan hay que comenzar a disparar contra sus fundamentos inhumanos, con beligerancia, con vehemencia, con acidez, con humor, con ironía contra todos sus efectos destructivos. Nunca debimos detener la crítica acérrima contra los dispositivos que hasta el día de hoy oprimen nuestros cuerpos. Demasiado opresor el lenguaje, fundando un heteromundo desde que nacemos: ¡nació un hermoso varón! dice el Doctor; e inmediatamente nos insertan, nos institucionalizan y nos estructuran vestiditos de celeste (o rosa) los modos de decir, los modos de hablar, que luego componen nuestros cuerpos.
Me tiran a la yugular cuando esbozo que dejemos de pedir policía, la cautelar o regular el lenguaje de odio que imparte el poder. Pedir policía no puede ser nuestro argumento. Ya sabemos, el yugo represivo no recae sobre el poder político, recae sobre nosotras con todo el peso de la ley. Lo que se hace urgente es detener el policiaje del habla, que siempre va de la mano con el policiaje que ya están implementando sobre lo que expresamos en las redes (anti) sociales y con el policía real que hoy se sienta más que nunca habilitado para reprimir. Hay que recuperar viveza en las respuestas, entrenarla, politizarla: abandonar el estado catatónico en el que estamos. Basta de lloraciones y ofensas y volvamos a utilizar la palabra como una herramienta feroz en nuestra defensa, se ofenda quien se ofenda porque nos están cagando a palo. Intransigencia en el habla para que podamos argumentar, podamos erguir discursos defensivos, podamos escudriñar enunciados lapidantes contra el enemigo, podamos crear sacudones estéticos, despabilamientos y alteraciones que tambaleen la chatura de estos tiempos. Bombas de ataque habladas contra la parálisis a la cual este mundo nos tiene relegadas. Aunque parezca que ya no nos quedamos calladas, muchas veces lo hacemos por miedo a ofender. Ofendamos la existencia que nos pisotea la cabeza. Nos hace fuertes entrenarnos en la respuesta, endurecer el cuero, aguantar los trapos y amaestrar la labia en la afrenta y en la discusión. Por el contrario, el poder nos quiere sumisas, calladas frente a situaciones injustas en las cuales podríamos largar alaridos y ni hablar de utilizar todas las posibilidades del sarcasmo y la ironía que tenemos a mano. Basta de condenar a los humoristas, a las ironistas, aprendamos urgentemente de ellas.
La tarea de expropiarnos la vehemencia en nuestro habla, no es de ahora, se viene cocinando hace tiempo, en la masificación de las redes, en los anémicos chats y sus pobres dinámicas, acentuado ahora en conversaciones con la I.A. Si no podemos ofender a un facho, si no ofendemos lo que nos gobierna, si no ofendemos a aquellos que nos pisotean, si no ofendemos al poder que constantemente nos somete y nos invita a estar calladas ¿cómo hacemos para seguir viviendo? Es el momento de recuperar los artilugios del lenguaje, es momento de elevar la vara en ese sentido, porque estamos atravesando la época más chata en términos de lenguaje, tenemos que soportar la tara total del habla y estamos paralizadas. Es cuestión de escuchar el discurso trabado de quienes nos gobiernan: la cantidad de anacolutos, la cantidad de estupideces diarias, la pobreza de sus enunciados. Se manejan con un lenguaje banal, ramplón, superficial, chato, un lenguaje que podría ser directamente el lenguaje de dos personajes de Beckett: diálogos, conversaciones, discursos, que podrían estar sacados de la obra más disparatada y absurda. El nivel de insulto de nuestros gobernantes es aberrante, es inescuchable y produce realmente hemorragias auditivas. Un trastorno el tener que escuchar a esta gente no poder conjugar sujeto y predicado. Recuperemos el poder de articular nuestros enunciados, recuperemos los artilugios del lenguaje, volvamos a estudiar, volvamos a leer, volvamos a conversar para discutir acaloradamente, volvamos a la presencia, la comunicación, saquémosla de las redes, de la virtualidad, no está allí, no hay comunicación en la mediación de los vínculos, ni mucho menos están todas las interlocutoras metidas en el chiquero de las redes (la mayoría de mis vecinos no andan ni andarán por ahí).
Los cómicos hemos perfeccionado el arte de la ironía y lo llevamos al teatro, territorio que nos obliga a encontrarnos frente a frente con la gente: – Dije que iba a ser totalmente cínica e inmortal! Me volví mala, me volví mala, mala, mala!, dice Urdapilleta en un sketch viral. Vemos al arte sucumbir y dar manotazos de ahogado en este sentido, privado de su potencia provocadora. Pero también vemos a las personas ahogadas de rabia queriendo muchas veces mandar a la mierda a todo el mundo. No todas. Estos problemas atañen en general a quienes tenemos el privilegio de pensar. En otras coordenadas de la existencia, por lo general más arrojadas al margen donde la vida urge (barrios, villas, poblaciones olvidadas) la gente se manda a la mierda sin tanto protocolo ni tanto preámbulo. Aprendamos también de ellos y paremos de querer educar a todo el mundo, de señalar lo que se dijo, de policiar el habla. Salgamos a la calle con la lengua afilada a gritar.
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*Actor, dramaturgo homosexual de la vieja escuela, director chacarero, en busca de hacer obras torcidas, de trayectorias disidentes. Licenciado en enseñanza universitaria de las artes. Docente de teatro, preocupado por el mundo que nos toca.
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