Cuando la maternidad estalla: Conexión Multicolor, historias de cómo acompañar a adolescencias e infancias trans

Por Camila Vautier

¿Cómo se hace cuando tu hije te dice “mamá, me quiero cambiar el nombre”, “me siento mujer” o “me siento “varón”? ¿Cómo se hace cuando estalla como un cristal en mil pedazos la maternidad impuesta? ¿Qué sucede cuándo los relatos de esas maternidades rotas se juntan? En esta nota, las historias que unieron a las madres de Conexión Multicolor, la organización que acompaña infancias y adolescencias trans de Fiske Menuco. 

El día que supo que su hije era trans, Lorena sintió que se paraba el mundo. Algo desconocido irrumpía en la vida cotidiana, trastocando por completo lo que hasta ahora conocía como maternidad. “Yo pensé que sabía cómo era ser mamá”, relata.  “Cuando te toca, te mueve todo. Tenés que empezar a pensar de otra manera, a armarte de otra manera”, completa Liliana. A ella el anuncio de su hije la agarró desprevenida, en una caminata por la orilla del canal de riego que hay en la ciudad, en la primera salida después de la pandemia. Paola, en cambio, recibió la noticia en la mesa de un almuerzo familiar.  

Lorena, Paola y Liliana forman parte de Conexión Multicolor, una organización de familias (principalmente madres), que acompañan adolescencias e infancias trans en Fiske Menuco, una ciudad del valle de la provincia de Río Negro. Conformadas hace algo más de un año, una vez cada quince días se encuentran en un espacio municipal para habilitar “un lugar de escucha” y “poder acompañar a otras familias, a otres chiques, para dar a conocer la Ley de Identidad de Género”, cuenta Liliana. 

Conexión Multicolor fue una de las organizaciones que estuvo presente en la 6° Plenaria Presencial Patagónica de Socorristas en Red, invitadas por La Revuelta. Estuvieron allí, con sus remeras blancas puestas, las que llevan a todos lados porque en el pecho tiene el logo dibujado por unx de les chiques que acompañaron: una persona formando un corazón en un gran abrazo. 

Integrantes de Conexión Multicolor en la plenaria de Socorristas en Red.

En estos espacios de escucha le fueron poniendo palabras a lo que sentían como madres.  “Nosotras no hablamos ni por nuestres hijes, ni por las personas del colectivo LGBTIQ+. Hay que escuchar su propia voz. Nosotras solo compartimos la experiencia de acompañar a otres”, agrega Lorena. 

Entonces, en sus reflexiones, a las etapas de esa experiencia le pusieron nombres. Llamaron “pre-transición” al momento donde les chiques están tratando de entender lo que les pasa, transitando esas dudas en soledad, silencio, muchas veces con tristeza. Y “develación” al momento en que la identidad aflora y se expresa. 

¿Cómo se acompaña a un hije trans? ¿Qué pasa en el espacio íntimo y cotidiano de la casa cuando irrumpe la diversidad? ¿Qué sucede cuando los pedazos de estas maternidades rotas, finalmente, se juntan? 

“¿Qué hago con todo esto que me pasa a mí?”  

Cuando Nico tenía 8 años empezó a dar señales de que había algo de su corporalidad con lo que no se sentía cómodo: ser señalado como una niña, hacer cosas de niña, vestirse como niña, peinarse como niña con ajustadas trenzas o altas colitas. Así, lo primero que pidió fue cortarse el pelo, y algunos años más tarde pudo decir que no quería que lo llamaran más con su nombre anterior. 

Lorena lo recuerda. Estaban los dos solos en casa. Ella, recortando papeles, preparando una actividad para el trabajo. Él, en la escalera. 

Desde arriba, su voz le dijo: 

—Mamá, me quiero cortar el pelo. Porque a partir de ahora quiero que me llamen Nico. 

Lorena sintió que se paraba el mundo. Ella, con la tijera en la mano, sin estar segura de eso que estaba pasando, él, revelando su verdad. A los pocos días de que Nico fuera Nico, fueron junto a su mamá a la peluquería. Lorena todavía podía sentir el nudo en la garganta. Mientras el pelo caía al sac de la tijera, la expresión de Nico cambiaba. “La cara de felicidad de Nico fue tremenda”, recuerda Lorena, “le cambió todo”. 

Sin que la peluquera se diera cuenta, ella se guardó un pedacito de mechón en un pañuelito. Sintió que ese día ya no iba a regresar más, nunca más iba a nombrar ese nombre. “Ustedes nunca tienen que nombrarnos por nuestro nombre anterior”, le había dicho su hijo. “Bueno, pensaba Lorena, tendré que hacer el duelo. No lo podía procesar. Solo podía verlo y llorar”. 

Con los años, comprendería que el tiempo de su hijo no era “el tiempo de una”, sino “el que elles necesitan”. “Y me preguntaba, ¿qué hago con todo esto que me pasa a mí? Porque él ya tiene todo resuelto, ya sabe cómo se siente. Nosotros tendremos que acompañar y salir a buscar herramientas”, recuerda. “Ellos, ellas, elles son valientes, pero no tienen por qué serlo. Si todo estuviera más allanado, si las condiciones hubieran estado dadas, tal vez sólo tenían que ser. Sentirse en libertad de ser y no tener que afrontar pensar cómo tenían que decirnos que se querían cortar el pelo o que no se identificaban con ese nombre, con ese cuerpo, cosas que desde muy chiquitos piensan. Para ellos es un trabajo previo del que no nos enteramos hasta que nos dicen”, asegura.  

Mientras ordenaba la habitación y sacaba del placar la vestimenta de su hijo que ya no sería el mismo, las preguntas brotaban en su mente como una cascada sin freno. “¿Qué hago con este DNI?” “¿Y con la carpeta del jardín?” Y de repente: “Ay, No. ¿Qué hago con la escuela? ¿Cómo digo, para que entiendan, que no es una moda?”.  

En la primaria fue difícil. Al principio, Nico llegaba angustiado de la escuela. “Mamá, yo ese nombre no lo quiero”, le decía. A pesar de que su mamá lo había dejado claro, Nico seguía estando en la lista con su nombre anterior. Lorena, que apenas conocía la Ley de Identidad de Género, empezó a leer todas las leyes que lo amparaban para fundamentar por qué en el listado, cuando la maestra tomara asistencia, debían decirle Nico. La Ley 26.743 de Identidad de Género, sancionada en el año 2012, dice que toda persona tiene derecho a ser tratada de acuerdo con su identidad de género y, en particular, a ser identificada por su nombre, y al reconocimiento de su identidad de género, entendida como “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento”. 

En Fiske Menuco no había aún espacios que los pudieran orientar así que viajaron hasta Neuquén, donde encontraron a un equipo de psicólogas y trabajadoras sociales en el Hospital Castro Rendón que los acompañaron en el proceso. “Más allá de todo el acompañamiento, siempre hay un costo en portar una corporalidad travesti-trans. Y el costo a veces es la salud mental”, asegura Lorena. 

A pesar del amparo de la ley y de algunos espacios que les habían abierto las puertas, gran parte de su familia decidió alejarse de ellos. La responsabilidad cayó sobre la maternidad. Así fue construyendo una nueva familia. Albina, una tía postiza y las madres y otres familiares de Conexión Multicolor. 

 

La necesidad de encontrarse con otras

Paola estaba en la mesa, almorzando junto a su madre y su hermana, cuando Eva le dijo quién era. Tenía para entonces 16 años y solía pasarse largos ratos encerrada en la habitación. Pero luego de poner en palabras su identidad, comenzó a pasearse por los pasillos de la casa con sus polleras. “Pasó mucho tiempo sin verla reír, pero con el tiempo las cosas se acomodaron”, cuenta Paola. “Siempre me culpé por no darme cuenta antes”, confiesa. “Ahora miro fotos de cuando mi hija tenía 7 años y digo mirá, era Eva”. 

A Conexión Multicolor llegó a través de ATTS. “Cuando las conocí a ellas era mi necesidad de encontrarme con otras mamás”, relata. 

Actualmente Eva trabaja, milita políticamente y estudia. 

 

¡Por Alex!

Liliana tiene tres hijos. Alex, el menor, le gustaba mucho leer, siempre buen estudiante, abanderado. Pero había algo que no. “En séptimo grado quería ropa femenina y se depilaba, pelo largo, rubio, pero un día me dice: me quiero cortar el pelo, y se dejó de depilar”, recuerda su madre. 

Cuando menos se lo esperaba, Ale le reveló su identidad. Fue en el 2020, plena pandemia, estaban caminando, era la primera vez que salían del aislamiento por Covid. Alex estaba por terminar el último año del secundario, cuando le dijo: 

—Mamá, te tengo que decir algo. Yo quiero que me llames Alex y uses pronombres masculinos. 

—Sos muy valiente—, le respondió su mamá. 

“Si siempre dijimos que queríamos que nuestros hijos sean felices, era el momento de ponerlo en práctica”, reflexiona Liliana ahora. Esa misma noche, en la cena, se lo dijo al padre. El marido levantó la copa y pidió un brindis. 

—Por Alex. 

—¡Por Alex!—, repitieron a coro en la mesa familiar.   

Al cumplir los 18 años, Alex sacó su nuevo DNI y se fue a Buenos Aires a estudiar a una carrera universitaria. Actualmente tiene 22 años, estudia Antropología y tiene trabajo registrado. 

 

Eso que nos une

Liliana lee una cita de Sara Ahmed: “¿Cuándo empezamos a ensamblar las piezas con otras?”. “Cuando estuvimos rotas”, responde, “cuando la maternidad impuesta se empezó a resquebrajar a partir del desconcierto de la irrupción de la diversidad. Fue a partir de un duelo, que sentimos algunas. Y de la necesidad de acompañar y no saber cómo hacerlo. Nos armamos a nosotras mismas a partir de conocer que otra maternidad es posible, que la crianza puede ser comunitaria y no en soledad”, dice. 

Nos unió el maternaje trava. Empezamos a identificar que lo que me pasa a mí, le pasa a otras y otres. Nos dimos cuenta que a veces desarmarnos, nos hace más cercanas, nos humaniza. Hicimos del afecto una respuesta política ante la crueldad del gobierno”, agrega. 

Los desafíos para la organización en este contexto se ampliaron. Al principio tenían que sostenerse, acompañar a sus hijes, enfrentarse a la burocracia de las obras sociales, de los registros civiles y buscar espacios donde encontrar profesionales amigables. 

Hoy, un poco más fortalecidas, la lucha sigue siendo garantizar la salud. Pero, además, dicen, es tiempo de “reconocerse en otras luchas que se están dando”. “Porque no sólo podemos mirar lo que le ocurre a la comunidad LGBTIQ+, también somos las personas con discapacidad, nuestros jubilades, el pueblo mapuche, infancias y adolescencias en general”. 

“Estamos conectadas porque nuestro mismo cuerpo es trasvasado por la intensidad con que las otredades, esas otredades fueron nuestres hijes”, añade Lorena. “Podemos darnos cuenta de nuestra superficie, incluso se siente flexible”, describe. “Sentimos que algo se introduce en nosotras, nos perfora, nos transforma, y conectar con otros, otres, es liberador”. 

Si querés contactarte con Conexión Multicolor podes hacerlo a

conexionmulticolorgr@gmail.com

2984965304

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