Por Mónica Reynoso.-
Este 10 de diciembre estará ausente. Walter Pérez faltará esta vez a la cita de décadas, que es cuando los irremplazables resisten al olvido dando la vuelta entera por el indiferente centro de Neuquén. Una vuelta entera a la avenida con cada vez menos de aquellos primeros resistentes; duele tanto despedirlos. Oscar, Noemí, Inés, Lolín: allá va el compañero.
No fuimos amigos, lo que se dice amigos; sí compartimos un espacio de trabajo y varios años de militancia universitaria. Un cafecito de vez en cuando nos ponía al tanto de hechos y personajes de nuestra profesión, pero también traíamos viejas anécdotas de la universidad intervenida y de cuando se democratizó.
Fue aquella una etapa inolvidable. Estudiantes en la dictadura, necesitábamos organizarnos para eludir el riguroso control militar a las reuniones: Walter y otros fundaron el Club Universitario del Comahue; Luis Bertani y yo, con otros, la Cooperativa de Estudiantes del Comahue. Hacíamos fiestas con música y sorteos, nos veíamos, charlábamos de política; la cosa era saltar el cerco de aislamiento y represión.
Siempre fue el mismo: larguirucho, encorvado, con la azotea más o menos poblada pero de discreta melena, chicato, meticuloso, sereno, nunca lo vimos furioso ni exaltado por nada. Tenía una risa tan increíblemente suya que no parecía risa pero que daba risa. Fue tan militante como su compañera, Mabel Grant. Cuando se casaron, hicieron un festejo popular en -creo recordar- un local gremial que estaba entonces en la calle Tierra del Fuego.
El 16 de octubre de 1987 Bernardo Guerra, desde el Aula Magna, trasmitía el acto que constituyó la creación de Radio Universidad-Calf. Desde un pequeño estudio montado en la universidad, Walter conducía la trasmisión. La sociedad universidad-Calf se mantuvo por años, como se mantuvo la del dúo inseparable que fueron Bernardo y Walter. Juntos, al frente de un clásico de la 103.7, el informativo Las Dos Campanas, pero fuera del aire también. Hasta el final.
El clima viciado de la dictadura, las estrategias para respirar hondo y seguir, las buenas horas de la merecida democracia, la estimulante, desafiante, escena pública, el clamor nunca acallado por justicia… un pasado intenso, interesante. Cuesta mirarlo sin nostalgia. Sabemos que quien parte para siempre se lleva algo de nosotros, los que quedamos. Quedamos mudos, a la intemperie, acongojados, más pobres: ha caído uno de los nuestros. Después de una batalla larga, digna de un dignísimo militante por la vida y la paz, Walter se va, como igual de sigilosa se ha ido con él parte de nuestra preciosa juventud.
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