Por Melisa Cabrapan Duarte.-
“Yo por ahí me pongo a pensar y no sé cómo llegué, no lo puedo creer, no me sentía así. Yo siempre fui así más retraída, tímida, a mí me costaba hablar antes, no me expresaba ¡Hacerle frente a la policía! ni ahí. Cuando yo estaba pasando mi situación no quería que nadie se enterara, porque te encerrás ahí. Ni siquiera me di cuenta cómo fui saliendo, y cómo fui teniendo esa capacidad. Yo no me veía de logko ni ahí. Pero las autoridades mapuche me dijeron ‘nosotros te vamos a ayudar’. ”
Liliana Romero, logko (principal autoridad) del Lof Fvta Xayen, fue una de las que meses atrás se encadenó afuera de la casa de gobierno junto a otras autoridades del Consejo Zonal Xawvn Ko de la Confederación Mapuche de Neuquén, exigiendo el otorgamiento de la personería jurídica tanto de su comunidad como de tres más. Fue también una de las tantas mujeres reprimidas el día 20 de julio por el operativo policial ordenado por el gobernador Rolando Figueroa, y quedó detenida junto a 17 personas más.
Lili es la hija menor de Inocencia Romero, quien crió a nueve hijos e hijas en el Paraje Tratayen, a 20 kilómetros de Añelo, lo que actualmente es el epicentro de Vaca Muerta. La abuela de Lili, Damiana Paynemil, nacida en la Reserva mapuche Paynemil, hacia los años 40 atravesó el río Neuquén, de enorme cauce en ese entonces, junto a su marido y con los animales que heredó de su padre. Del lado norte del río desarrollaron su vida, construyeron distintos puestos habitacionales, y las distintas generaciones, hasta el día de hoy, preservan el territorio.
El origen
Lili, con domicilio en el Puesto Los Algarrobos de Tratayen, como registra su partida de nacimiento del año 1973, creció con el interés de conocer más allá del campo, de poder salir, a pesar del cariño que le tenía y que le tiene al lugar donde vive. Sólo conocía el recorrido que hacía desde su casa hasta la escuela primaria en Añelo, y el que hacía “cuando iba a una marcación, a una fiesta, a una señalada. Esa era la vida social, nunca te dejaban ir al pueblo, y si iba era con mi mamá y volvía”, cuenta. Imaginaba que casándose con alguien que no fuera de ahí, podía concretar esa posibilidad de ir más allá.
Así fue que a los 16 años conoció a un hombre que trabajaba en un horno ladrillero cercano, que era de General Roca, y formó pareja y se casó. Tenía la edad mínima en esa época para contraer matrimonio, y su madre Inocencia la autorizó:
-“Yo creyendo que al casarme, iba a salir, iba a vivir, ¡no sé! que iba a vivir todo lo que yo soñaba. Pero no, al contrario. Yo me casé, primero no teníamos dónde vivir, estuvimos viviendo con mi mamá. Después iba a una chacra y le daban una casa, y vivíamos así, viste, así fue toda mi vida. Porque él trabajaba en la chacra, dejó los ladrillos, y cuando yo me casé empezó a trabajar en la chacra”.
El trabajo “golondrina” de su marido en la fruticultura, actividad característica del Alto Valle, la llevó a vivir en Chimpay, Roca, y en distintas chacras de la zona. Tuvieron dos hijos, una hija y un hijo, y la familia completa se desplazó de un lugar a otro, aunque estos viajes no se acercaron para nada al sueño que Lili tenía. Él, desde el principio ejerció violencia psicológica contra ella, le decía cosas del estilo: “yo me casé con vos porque estabas embarazada” –y delante de su mamá– o “el único trabajo que podés conseguir es de puta, si nunca trabajaste, te vas a cagar de hambre”. Estas formas de maltrato y total desprecio por parte de quien había elegido como compañero le quedaron marcadas para siempre.
Lili, con hijos pequeños y su vida itinerante, se ocupaba de las tareas del hogar, y si bien no era la que generaba los ingresos, mantenía la economía de la casa, “porque él se la tomaba toda. Aprovechaba cuando él cobraba, que me deje la plata para pagar esto, aquello, porque después olvidate, ya no tenía más plata. Entonces a mis nenes les faltaron un montón de cosas, viste”. El consumo de alcohol en él se fue incrementando:
-“Primero tomaba a veces, en las reuniones, y ya último se iba a Añelo, se iba a tomar y volvía cuando él quería. Decía ‘voy allí y vuelvo’ y ¡listo!, se desaparecía. Y cuando volvía, volvía borracho, volvía al otro día. Y vos no sabes si le pasó algo, otras veces lo llevaba la policía ahí a la chacra. Cuando él tomaba se ponía así, se transformaba con la bebida, sino era una buena persona. Pero estaba todo el tiempo dependiendo, por ahí toda la semana bien, y llegaba el viernes y se descontrolaba, y aparecía el lunes. Una vergüenza que iban a preguntar a la casa, que por qué no fue a trabajar. Si ya lo conocían, yo ni siquiera podía mentir ahí en la chacra”.
El mayor temor de Lili eran sus hijos, exponerlos a lo que el alcohol generaba en su marido: manejar borracho, ser descuidado. Recuerda que una vez sintió mucha culpa y angustia porque una tarde dejó que el hijo de 5 años acompañara a su padre, para que éste volviera temprano, y era la 1 de la mañana y no regresaban. Ella estaba incomunicada, sin poder hacer nada, y desesperada, hasta que regresaron. Su nene venía durmiendo. También trataba de no discutir cuando estaban presentes sus hijos, pero después él ya no respetaba nada, y los gritos los despertaban y asustaban. Sobre todo la hija mayor, que ya escuchaba y entendía más, presenció situaciones de su padre violentando a su madre: “Emy estaba afuera, y golpeaba la puerta intentando defenderme, hasta que él salió.”
Cuando los hijos crecieron y empezaron la escuela, su marido se negaba a “dejarla” trabajar, pero después la “dejó” y Lili comenzó a juntar, descolar y clasificar cebolla y ajo en un galpón de la chacra. Así empezó a ganar su plata y a ganar confianza en que ella podía. A partir de ahí, Lili dice que al no poder controlarla le empezó a dar impotencia y empezó a ejercer violencia física. Para Lili esa violencia no fue frecuente o grave. Sin embargo, los zamarreos, cachetadas, moretones en los brazos por los apretujones, amenazas con cuchillos y hasta intentos de violaciones, son violencias que aún no lograba desnaturalizar en esa etapa de su vida. “Tenía la esperanza de que él iba a cambiar. Por ahí una tiene esa tonta idea, de porque tenemos una familia, él va a cambiar, y que se yo cuanto. Porque te lastiman [física y emocionalmente], y lo seguís perdonando porque vos tenes la ilusión de que esa persona va a cambiar.”
Lo paradójico es que una de las chacras en las que vivieron y donde el marido de Lili ejerció violencia contra ella es la chacra de los Galván, propietarios privados que a mediados de los 70, en dictadura, usurparon tierras de ocupación tradicional del Lof Fvta Xayen: “Porque nosotros no teníamos papeles, y era como que ellos tenían la razón. ¡El respeto al patrón! es re loco e irónico. Yo en ese tiempo no sabía todo lo que sé ahora.” Desde que la familia extensa se conformó como comunidad mapuche y se integró a la confederación, en el 2015, los conflictos con los Galván así como con otros titulares registrales (Bartu, Ferracioli, Paredes, Servi…) que fueron comprando las tierras con la gente adentro, están vigentes por la exigencia de aplicación de derechos indígenas por parte del lof.
“Chau tamarisco”
Después de 18 años Lili superó el miedo que el marido le generaba diciéndole que le iba a sacar a los hijos, o que no iba a poder sola, o de qué iba a trabajar si salió del campo y no sabía hacer nada. Después de constantes intentos de separación o de idas y venidas, dio el gran paso y lo dejó. La reacción de él fue peor, se desesperó, y se puso tan agresivo que “si hubiese podido me hubiese matado”, lamenta Lili. Antes de la separación pudieron acceder a una casa en Añelo, mediante un plan de viviendas, y ella empezó a trabajar en el Control de Ingreso Provincial de Productos Alimenticios, y luego como auxiliar de servicios en un jardín, puesto que mantiene hasta hoy.
Lili tuvo que dejar ella la casa inicialmente, llevándose a sus hijos, a pesar de que su familia le cuestionaba por qué se tenía que ir ella y no él. No había otra posibilidad, dice Lili. Una noche refugiándose en la casa de su madre Inocencia, cuando salió al baño, él estaba escondido, la agarró, y tenía un cuchillo. Ella buscó el modo de convencerlo de que iba a buscar algo adentro y volvía, pero nunca más salió. La amenazaba con “te voy a matar a tu mamá” o “te voy a matar a quien se oponga”. Los primeros tiempos, ya divorciada, cuando se iba al trabajo tenía que caminar mirando para todos lados porque él la seguía y hostigaba, y en su casa vivía con temor y encerrada: “una vez fue y me reventó todos los vidrios de la ventana, me rompió todos los vidrios. Había un tamarisco grande al otro lado de la calle, y el Dani me dice ‘mamá, yo vi al papa que se metió para allá’, todos estábamos pendientes. Yo llamé a la policía, vino y se lo llevó.” Hoy recuerda con gracia y agradecimiento el gesto de empatía de su vecino, que sabiendo lo que ella vivía, al otro día agarró la motosierra y cortó el árbol.
Fueron largos años los que vivió así, y exigiéndole al ex marido cumplir con las obligaciones básicas de manutención de sus hijos. Pero se negaba diciendo: “¿Para qué, para que vivas de mi plata con tu otro macho?” Recién dejó de molestarla cuando volvió a formar pareja, con un hombre que fue todo lo opuesto a él, y con quien se acompañan mutuamente al día de hoy. Su actitud de detenerse por la presencia de otro hombre fue también una actitud típicamente machista, pero al menos así la dejó tranquila.
Una logko por vidas libres de violencias
Lili ya atraviesa el tercer año como logko de su comunidad. Con el paso del tiempo y de ser parte de una organización intercomunitaria mayor, recuperó la vestimenta mapuche, empezó a hablar en mapuzugun, levantaron como lof la wenufoye (bandera mapuche) y un espacio ceremonial increíblemente bello que ya lleva dos celebraciones de Wiñoy Xipantv. Mirar para atrás la hace recordar, pensar, y conmoverse con cómo hizo para salir del estado en el estaba y ser hoy la que es: “no era la misma que soy ahora, he cambiado un montón, ¡por ahí me desconozco! No sé de dónde saqué tanta fortaleza.” Además de atender todas las obligaciones que tiene como autoridad de su lof, un lof afectado por el avance feroz del fracking, y por los intereses de privados y de petroleras que rodean el territorio tradicional, la logko se preocupa especialmente de que en su comunidad no haya relaciones violentas, ni que las mujeres, en su mayoría jóvenes de las nuevas generaciones, ya con hijos, vivan lo que ella vivió.
“No se queden en una relación que no va”, le dice a su gente, y puede sonar a que traspasa sus incumbencias como logko, pero para la cosmovisión mapuche la base de todo, y fundamentalmente de la defensa territorial es una vida armónica y en equilibrio, con relaciones de pareja, familiares y comunitarias sanas. El trabajo en torno al Nor Feleal, la justicia mapuche, que vienen haciendo las mujeres mapuche de la Confederación Mapuche de Neuquén es clave a la hora de visibilizar, enfrentar y prevenir las violencias de género. Como Pu Zomo (mujeres) del Consejo Zonal Xawvn Ko, que reúne a 14 comunidades del encuentro de los ríos Limay, Neuquén y Río Colorado, se está trabajando en la redacción intercomunitaria de protocolos de acción internos y externos, para el tratamiento mapuche de las violencias de género, sexuales y físicas hacia mujeres e infancias, y los pasos a seguir con las instancias estatales.
Lili, como zomo (mujer) y como logko está involucrada en este trabajo, desafío y proyección de alcanzar vidas libres de violencia, y su historia muestra no sólo lo que sufrió, sino dinámicas de un orden y violencia patriarcal que incluso pueden ser naturalizadas o normalizadas, pero que lastiman. La historia de la logko inspira y anima a que se puede abrir los ojos y ver –y cuestionar– la realidad o el pasado de otro modo. Hay alternativas, y la superación de Lili da fuerza y esperanza.
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