UNCo- Junio 2007 Por María Trpín- Profesora en Ciencias de la Educación.
El pasado 16 de junio, se desarrolló en Neuquén, la Jornada No a la Trata, organizada por la Colectiva Feminista La Revuelta, Sin Cautivas (grupo integrado por amigas de Florencia Pennacchi) e HIJOS. Dicha actividad contó con el auspicio de Defensoría del Pueblo, ADUNC, ATEN Capital y Provincial, Zainuco, Corriente de Militantes por los DD.HH., FaSinPat (ex Zanón), Madres de Plaza de Mayo.
A continuación reproducimos el texto escrito por María Trpín, que fue presentado en el panel local de dicha jornada, como miembra integrante de La Revuelta.
¿Sobre qué hablar como Colectiva Feminista La Revuelta? Quizás sea bueno hablar sobre el tiempo, el espacio y la fatalidad que significa contar con un cuerpo de mujer en este sistema capitalista-patriarcal que proyecta y ejecuta un sistema de opresión para las mujeres por parte de los hombres. Con ello queremos alertar sobre las consecuencias de seguir minimizando el patriarcado sólo a un problema de actitud o de organización jerárquica, siendo que se trata más bien de un pacto “interclasista” entre varones, a partir del cual ellos se apropian del cuerpo de las mujeres –nuestros cuerpos-, como propiedad privada -tal como lo plantea Celia Amorós-, en connivencia con instituciones del Estado (agregamos nosotras). Coincidimos entonces, con aquellos autores/as que sostienen que “la economía no es sólo, ni siquiera principalmente, una entidad material. Es, ante todo, una producción cultural, una forma de producir sujetos humanos y órdenes sociales al mismo tiempo” (Otormín y Escobar 2005).
Lo perverso de este contexto actual es que, por un lado, se nos hace creer que hemos llegado a los tiempos de la igualdad de derechos, a que decidimos sobre nuestros cuerpos, a que nos podemos apartar del mandato de la maternidad, a que se pueden visibilizar las diversidades sexuales. Pero simultáneamente se refuerza el hetero-patriarcado, que gana territorios por sobre los “cadáveres” vivientes de las jóvenes mujeres desaparecidas en democracia, para ser esclavizadas física y subjetivamente.
No se trata de negar el deseo, la erótica, la sexualidad sino de ver qué hace el hetero-patriarcado-capitalista con ello. Desde este lugar, sostenemos que los tiempos y espacios son vividos, sentidos, sufridos, disfrutados, gozados, maldecidos, abandonados, ocupados, diferencialmente según se trate de mujeres u hombres e incluso entre las mismas mujeres.
● Se impone en primer lugar, hablar del espacio-tiempo que el hetero-patriarcado-capitalista diseña para nuestros cuerpos.
No está demás recordar junto a Ianni (2000) que la sociedad global es el escenario más amplio del desarrollo desigual. Por lo que es de esperar, que los atributos que dan identidad a la mercancía, tengan continuidad de sentido tanto en el objeto-cuerpo-mujer como en la política de ocultamiento llevada adelante con estas jóvenes.
Siguiendo esta línea argumentativa podemos decir que la “intercambiabilidad” se opone al “estado de reposo”; la mujer-mercancía “viaja” de un lugar a otro y sigue su ruta interna –con suerte- de norte a sur; la detienen y exhiben lo suficiente para despertar el deseo, seducir a los consumidores eventuales para que a cambio cumplan con su función: la de consumir sin aferrarse. El tiempo se reduce al contacto justo y necesario -“volátilidad” en la jerga mercantil-, para que en el preciso instante en el que se desvanece el deseo de ese objeto, se ceda rápidamente el lugar a otros objetos de deseo para no entorpecer el circuito de ganancia; porque la industria sexual está montada para producir atracciones y tentaciones, lo que amerita un sistema de selección del producto sustentado en el lema: “cuanto más joven, mejor calidad y mayor precio”.
A diferencia de los turistas que viajan cuando quieren, ellas lo hacen porque no tienen otra elección, porque están obligadas a hacerlo si no quieren hacer peligrar los tenues hilos que anudan cada vez más precariamente su integridad física.
En un principio, se prefería a jóvenes de bajos recursos con contactos sociales más limitados –para evitar problemas-. Pero al aumento de la demanda debe sumarse el ansia de lucro promovido por el “cuerpo-objeto” de mercancía: mujeres que no sólo se las puede vender muchas veces sino que además producen todo el tiempo mientras estén más o menos sanas y con una sobrevida promedio de 35 años, lo que hace que el reclutamiento de esclavas alcance hoy a la clase media.
Hay razones de más para considerarlo como el tercer negocio clandestino más redituable del mundo y que se acerca con ritmo acelerado al primer lugar. Colaboradores indispensables para alcanzar el éxito: la inexistencia de legislación adecuada, la falta de información, la invisibilidad del problema, a lo que se agrega una “novedad” la vista gorda para pactar “zonas liberadas”. Nos referimos específicamente a los espacios de impunidad traducidos en la práctica en una jueza que tarda 6 (seis) meses en cambiar la carátula de “averiguación de paradero” a “privación ilegítima de la libertad” y, geográficamente, cabe pensar en Cipolletti y sus alrededores, que desde hace años, es territorio donde sólo rige la lógica del terror y muerte. La imposibilidad de organización y de establecer lazos solidarios pareciera estar en consonancia con el último de los atributos “la precariedad”.
¿Cómo romper con esa maldita costumbre de apoderarse de cuerpos ajenos femeninos para satisfacer los propios deseos sexuales masculinos -a cambio de dinero- sin ni siquiera poner en duda de que esa mujer puede estar en ese espacio-tiempo por coacción/explotación?
Está naturalizado como que es la ley de la vida, que siempre fue así, que siempre va a ser así y que la naturaleza irrefrenable de los hombres los habilita mezquinamente a satisfacer los propios deseos sexuales a cualquier costo, incluso por sobre la vida de una mujer.
Sucede que a menudo nos manejamos con “mentiras que parecen verdaderas” o “verdades” naturalmente aceptadas, sin preguntarnos en qué intereses se apoyan ni cómo han llegado a ser dominantes, menos aún si son políticamente correctas.
No podemos dejar de observar cómo los juegos del poder se acentúan en una doble economía: material y simbólica, en el instante en que se limita la existencia de la mujer a una simple mercancía.
Se impone en segundo lugar, hablar sobre los tiempos y espacios subjetivos de esas jóvenes a quienes se les ha cancelado la propia existencia para, a través de la violencia, imponerles externamente otra vida.
Engaño, amenaza, malos tratos, terror, explotación, adicciones son algunos de los mecanismos de control que reinan en este territorio de torturas cotidianas.
Invisibles por la clandestinidad que las rodea, indefensas y desprotegidas por la pasividad de las autoridades y la aparente “miopía” que habilita la complicidad de muchos: clientes, agencias turísticas y matrimoniales, certámenes de casting, ofertas de empleo, las tecnologías de información y comunicación etc..
Condenadas al anonimato al ponerse en funcionamiento el prejuicio social instalado: «seguro que anda por ahí con su noviecito” o “se fue de la casa por su propia voluntad”.
Espacio-tiempo de la eterna espera, de la ilusión permanente de recuperar la humanidad arrebatada. Hay algo del orden del deseo en esto, el deseo de hacerse un lugar significativo en el otro/a, un lugar que no sea anónimo, es decir un lugar con nombre propio… un páramo ante tanta turbulencia del sí mismo.
¿Cómo pensar una relación con ellas si sus nombres, sus rostros son ignorados por muchas/os? ¿Cómo pensar una relación productiva con ellas que se distancie de la compasión –que paraliza- para poder ayudarlas a combatir la indiferencia social?
Nada de esto es neutro, inocuo; el silencio, la apatía, la distracción, el sentimiento de lástima etc. son cómplices de los privilegios de unos pocos. ¿Justicia para quién? ¿Por qué asume la justicia el rostro del agresor?
● Se impone como tercero y último lugar, hablar sobre nuestros tiempos y espacios, y las razones cada vez más numerosas para elegir/optar estar en este lugar en particular.
Un espacio tiempo retardado, que no termina de digerir la compleja trama de complicidades de estas desapariciones con vida.
>Una de las premisas básicas de la lucha feminista, es denunciar e irrumpir en todo espacio-tiempo sujeto a relaciones de opresión-dominación-explotación.
Estamos aquí porque la violencia contra las mujeres no es una película de terror, sino una realidad social.
Estamos aquí porque queremos seguir combatiendo las formas renovadas de terrorismo estatal y torturas; porque estamos hartas de que las mujeres seamos primero sospechadas y cuando ya es tarde tomadas en serio, porque estamos cansadas que los medios de comunicación hablen de que se fueron por voluntad propia sabiendo que fueron raptadas, porque no soportamos más que la justicia criminalice a las mujeres en lugar de penalizar a los tratantes.
Estamos aquí para vociferar que la trata existe porque existen los clientes.
Estamos aquí para problematizar la cultura en la que nos socializamos.
Pero también estamos aquí para propiciar la auto-organización de aquellas y aquellos que están abiertos a interpretar a la esclavitud sexual (con su componente de secuestro y tortura), como otra forma de violencia hacia las mujeres.
Si hay algo que fuimos aprendiendo en siglos de discriminación y violentamientos es que no debemos esperar que la solución venga de afuera porque no existen soluciones mágicas cuando trabajamos con construcciones sociales enquistadas, No sólo que nadie va a hacer el trabajo por nosotras y nosotros, sino que las acciones conjuntas que nos demos seguramente van a molestar intereses políticos, económicos y de género.
Es hora de salir al encuentro de estas jóvenes porque nuestra demora no demora las decisiones que otros toman sobre esos cuerpos que cargan con las marcas de la invisibilidad, que gritan sin ser escuchados. Quizá sea bueno evocar junto a Pizarnik a ese reconocido filósofo que “incluye los gritos en la categoría del silencio”. Gritos ahogados porque no hay un “otro” u “otra” que sea capaz de escucharlos y menos aún de reconocerlas en su humanidad; gritos que hablan de deseos reprimidos en tanto obligadas a atender y adoptar los deseos de un “otro”; gritos peregrinos que intentan infructuosamente escapar; gritos erosionados por impropios porque no hay razón, no hay derecho para estas privaciones y vejaciones; gritos que excluyen la posibilidad de deseos femeninos; gritos sofocados con fuerza ante la resistencia a doblegar su autonomía … gritos y más gritos de mujeres a quienes se les niegan no la existencia pero sí devenir ellas como sujetos… y un silencio que suspende/congela hasta el último suspiro, para ser mezquinamente arrebatado… ¿Presencia de una forma disfrazada de la muerte?
¿Por qué conformarnos con dormir “su muerte en vida”? Por qué mejor no hacerles saber no sólo que las recordamos sino que reclamamos por su aparición con vida y accionamos y accionaremos todos los días para que esto sea así.
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