Empoderarse es entrar a lo que Drucilla Cornell llama esfera imaginaria, e imaginar que el mundo y una misma pueden ser de otra manera, que pueden ser diferentes y pensar, crear y recrear alternativas; empoderar es crear poderes no dominantes a través de la transformación de relaciones sociales; de la construcción de un nuevo paradigma, de lo que Marcela Lagarde llama una ruptura epistemológica con el orden que existe, a nivel social y subjetivo, a través del espacio imaginario.
Pero, ¿cómo romper con ese orden hegemónico masculino que no permite el cambio cultural necesario y urgente ya? ¿Cómo pueden las mujeres empoderarse? ¿Cómo concretar el salto de la esfera imaginaria a la real? ¿Cómo pasar de Idea a Mundo, cómo ejercer la voluntad, esa que para Hegel está entre el poder y el querer?
En primera instancia se debe comprender que el empoderamiento de las mujeres es un proceso en tanto que abarca áreas que paulatinamente acrecientan el poder de cambiar estructuras y van acompañadas de conjuntos de estrategias, acciones positivas encaminadas a una convivencia de géneros empoderada hasta convertir este empoderamiento en forma de vida, en forma de ser y hacer.
Más específicamente, empoderar a las mujeres es un trabajo individual y colectivo que permite a éstas potencializarse para el control sobre bienes materiales, recursos intelectuales o ideológicos que les permitan realizar su misión como individuas y como colectivo. Asimismo, se entiende por bienes materiales a los inmuebles, dinero y acceso a relaciones; los recursos intelectuales incluyen conocimiento, información e ideas; y los ideológicos se refieren a la capacidad de generar, propagar, sostener e institucionalizar conjuntos específicos de creencias, valores, actitudes y comportamientos; es decir, influir sobre la manera en que la gente percibe y vive dentro de contextos sociales y políticos. Es decir, el empoderamiento es el proceso de construir las condiciones para que las individuas, grupos o comunidades asuman el control sobre sus vidas para trastocar pautas culturales.
Fortalecer o empoderar hace referencia a permitir a la gente tomar el mando de su propia vida. En el caso de las mujeres, el empoderamiento hace hincapié en la importancia de aumentar su poder y de tomar control sobre las decisiones y problemáticas que determinan su vida. Este poder está directamente relacionado con la categoría de género, con la equidad e igualdad de la mujer y del hombre en cuanto al acceso a los recursos y ventajas.
Nacida ante normas hegemónicas de género, esta categoría permite ver, analizar y buscar solución a las limitaciones socialmente construidas sobre las capacidades de las mujeres, ligándolas al espacio doméstico y a actividades reproductivas.
Para feministas como Marta Lamas, Teresita de Barbieri y Orlandina de Oliveira, se entiende por género a la construcción social de la diferencia sexual y como un conjunto complejo de relaciones y procesos, valores y creencias, normas y prácticas, acerca de la manera como se comportan hombres y mujeres, y Scott por su parte concibe a la categoría de género “como un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en la diferencia que distingue a los sexos y como una forma primaria de relaciones significantes de poder”.
Poder es por lo general una palabra que provoca miedo, repugnancia, incluso envidia. Pero esto sucede porque se tiene la representación social de la hegemonía, la dominación, la idea del mal. Es, dice Amelia Valcárcel, castigo y destino, “es el poder corruptor del poder, ignorando que no poseer poder corrompe igualmente, a veces más de prisa”.
Y entre las concepciones de poder, la maldad está representada en el discurso propio y clásico del poder, por la mujer. “La mujer nunca obra bien –dice Valcárcel-: ora obra para un destino inconsciente, no obra como sujeto y, en consecuencia, no obra bien, ora obra como sujeto y, por lo tanto, no obra para su esencialidad, es decir, obra mal”. Y esta maldad de la mujer es aún mayor cuando se reúne con el poder y entonces hay mujeres fatales, violentas, o poderosas pero esposadas, poderosas con la disculpa en los labios. Porque del poder las mujeres son excluidas por el principio de sujeción que las ata a su marido. Para Michele Riot-Sarcey la libertad la independencia, privilegios masculinos, condiciones de acceso al poder, son también obstáculos que impiden a las mujeres el derecho a disfrutarlo.
Pero poder, por ejemplo para Russell, era el concepto central de la ciencia social de la misma manera que energía lo es en la ciencia física. El poder es un hecho, parte del ser, no del deber ser; es naturaleza. Si es intrínseco ¿por qué rechazarlo, huirle, temerle? ¿Por qué negar que se desea el poder, ese poder de hacer que nuestro mundo sea diferente? Cada movimiento de cambio social es ético sin dejar de ser poderoso, afirma Amelia Valcárcel.
Precisamente en este miedo incluso a nombrarlo, le han puesto al poder otros nombres. La autoestima es, siguiendo a Valcárcel, el sustituto del poder para la salud individual. “El poder es difícil, pero podemos afirmar que toda ética, toda sociedad bien organizada, debe proveer a sus miembros de una dosis adecuada de autoestima”.
Sin embargo tampoco hay por qué temerle al término empoderar, que sólo es otra forma de explicar que las mujeres se han apropiado, apoderado de sí mismas.
Esperanza Tuñón, Alejandro Meza y Edith Kauffer Michel mencionan que el concepto de empoderamiento de las mujeres surge en la praxis desde el movimiento de mujeres en todo el mundo y, particularmente, de la postura de las feministas del llamado tercer mundo que explican cómo la práctica política ha incorporado las diferencias de género en la organización del poder y en el imaginario social.
Asimismo, para Schuler el concepto de empoderamiento está enraizado en las teorías de Freire, quien habla de la transformación de la conciencia, y Gramsci enfatizó la importancia de los mecanismos de participación de las instituciones y la sociedad en busca de un sistema igualitario, así como la noción de hegemonía ideológica.
Foucault es uno de los principales teóricos del poder, quien planteó que éste opera en todos los estratos de la sociedad, desde los planos interpersonales hasta el nivel estatal, pero que todas las relaciones que involucran a otros implican dinámicas donde se ejerce el poder.
Para Hannah Arendt poder es potencialidad y lo vincula al deseo de poder hacer. Ella diferencia cuidadosamente poder y dominación, ya que equipara la dominación con violencia: la violencia puede destruir el poder; es absolutamente incapaz de crearlo.
Joanna Rowlands incorpora al concepto de empoderamiento un modelo a partir de las dinámicas de poder de género. Ella habilita las cuatro clases de poder de Lukes: “poder sobre”, que es la habilidad para que una persona o un grupo haga algo en contra de sus deseos, esta es la concepción negativa donde alguien gana y otro pierde. El segundo es un “poder para”, que es el poder implementado para estimular las actividades de otros; “poder con”, que es un poder sumatorio de poderes individuales; y “poder desde dentro”, que es aquel que está en cada persona.
A partir de los argumentos anteriores ella deduce que el empoderamiento puede ser modificado en tres dimensiones: la “dimensión personal”, que consiste en desarrollar el sentido del ser, la confianza y las capacidades individuales; la dimensión de las “relaciones cercanas”, para desarrollar la habilidad para negociar e influenciar la naturaleza de las relaciones del ámbito cotidiano; y, por último, la “dimensión colectiva”, donde se trabaja en conjunto con otros para lograr un mayor impacto y cambios significativos. El empoderamiento, de este modo, tiene que ser más que la simple apertura al acceso para la toma de decisiones, pues debe incluir también procesos que permitan a las mujeres o al grupo tener la capacidad de percibirse a sí mismos como aptos para ocupar los espacios de toma de decisiones y de usar dichos espacios de manera efectiva.
Ana Rubio explica que los valores se transmiten o se asimilan a través de una autoridad, y que “los cambios no son radicales, absolutos”; que la dificultad radica en que “todo acto de emancipación de una autoridad ha de efectuarse en nombre de valores que han sido asimilados a través de la autoridad que se cuestiona”.
Para Lagarde, si alguien decide cambiar algo, no debe hacer todo de golpe. Hay que cuestionarse sobre lo que se quiere cambiar y si corresponde a los estereotipos dominantes, y afirma: “Somos lo que somos porque estamos en un entramado de leyes, de relaciones sociales”.
Como utopía la modernidad tiene la convivencia igualitaria, la convivencia empoderada, una convivencia en libertad, que no excluya. Pero no puede existir una libertad si no está reconocida en el Estado, enfatiza Lagarde, porque éste constituye a todos los individuos e individuas, pues no están aislados ni ajenas a él. Y la lucha política es la construcción social de esta libertad por individuos e individuas que tienen nombre y discurso para construir en el Estado su propia autorrepresentación. En palabras de Valcárcel, “la escuela de la transgresión es particularmente dura… la libertad vivida solitariamente induce a soluciones erráticas”.
Por eso la importancia de la esfera imaginaria de Cornell. “La libertad para crearnos a nosotras mismas –dice- como seres sexuados, como personas con sentimientos y razón, se halla en el corazón del ideal que la esfera imaginaria es. Sin ella no podremos participar en las glorias de la vida. Decir que la esfera imaginaria es un derecho es decir que la libertad de ser nosotras mismas y la participación en la riqueza de la vida no es un deseo arbitrario sino un derecho esencial de la personalidad”.
Atrevámonos entonces a soñar con otra concepción de poder desde la esfera imaginaria, a imaginar una autorrepresentación no regulada por el Estado y transformarlo; atrevámonos a apropiarnos y apoderarnos de la libertad, porque al no nombrarla se corre el riesgo de perderla por no ejercerla. La voluntad es el poder de decir “yo quiero”, el “yo decido”, una de las formas de la libertad, del imaginario. Y aunque ambos términos, “poder” y “libertad”, si retomamos la visión de Bobbio, parecieran antitéticos, no hay más compatibilidad entre poder y libertad que el empoderamiento con perspectiva de género. Poder de ser, de tener libertad; libertad de ejercer poder.
En “Feminismos y género” – Elsa Lever
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