Mandriles

Por Mónica Reynoso.-

Cuando abro el correo después de varios días de abstinencia forzada (se cayó al suelo la computadora y se rompió), encuentro un mail que me paraliza de ternura. Una ong que trabaja en comedores populares agradece la remesa -escasa, sí, lo que pude- que envié días atrás y había olvidado. Lo hice por un impulso que otros derivarán a gustos menos culposos online. No pude negarme, incluso a pesar de los reparos que sostengo ante esas campañas. Ya me rendí. Ya no discuto. Me he resignado. Deploro el discursito que de jóvenes nos echábamos contra dar plata a quienes piden en la calle. Confiábamos en la revolución inevitable. Pensábamos que la compasión cristiana atrasaba el estallido y que estábamos eximidos de ese gesto al que ahora no podemos negarnos. No podemos negarnos a extender la mano a quien extiende la mano hambrienta y desesperada. El mundo es una olla hedionda donde bullen odio y maldad. Lo raro es vivir, dice Carmen Martín Gaite, con razón.

Será el algoritmo o será la edad o el cambio climático o el desapego a una actualidad que obliga a añorar lo perdido, aunque jamás lo hayamos tenido, ese horizonte al alcance de la mano, esa línea trepidante de alegría y salud. Vivir no era preciso. Navegar era preciso. Hacia allá enfilábamos las naves, las velas al viento, el corazón en hi fi. Pero el planeta de los terraplanistas nos estaba esperando en el borde, caímos al fondo del abismo y el horizonte de luz se apagó. Todo se ensombreció. Andamos a oscuras, tanteando paredes ásperas, cuidando las ascuas de los restos de las brasas de la fogata que ayer encendimos y nos dio calor y le dimos los troncos preciosos del bosque que nos cobijó.

 

HABLAR

Hoy ya no se habla de planeros. La palabra perdió popularidad, su eficacia se debilitó frente al nuevo, inmenso, inigualable, irrepetible, arrollador vocabulario en uso para denigrar; con Milei el insulto llegó a la apoteosis. En la historia de la infamia contemporánea que algún día se escribirá, alguien deberá preguntar y alguien buscará responder cómo fue posible, cómo toleramos tanto, cómo pudimos hundirnos tan hondamente, tan tristemente, tan calladamente.

Podrá resultar minucioso y banal distraerse en el léxico y la gramática de Estado cuando ocurre ante nuestros ojos y en nuestras vidas la catástrofe jamás pensada, cifrada, para economizar, en el arrebato feroz de derechos y garantías obtenidos en largas disputas populares durante décadas. Obras, no palabras, decía una consigna del partido fundado por Felipe Sapag en Neuquén. Y Perón, mejor que decir es hacer.

Pero hablar nos constituye humanos. Y las palabras hacen cosas también: prometen, mienten, halagan, extorsionan, cantan, describen, comprenden, acarician, mortifican… A diferencia de los gobiernos de facto, las democracias viven de las palabras, existen en ellas; las necesitan para persuadir, para acordar, para razonar, para dar sentido a la experiencia, para los debates hoy extinguidos, para el discurso de ideas, polémica y propósitos. Ser alguien de palabra. Para qué más.

 

MALTRATAR

Dice Lucrecia Martel: “Para transformar al vecino en un enemigo es fundamental el considerarse con superioridad moral y biológica sobre el otro. Crear un enemigo es una de las tareas más sofisticadas que ha logrado la Humanidad, mucho más que un iPhone o ir a la Luna. Es necesario que primero creamos que somos los que mejor defienden la libertad, los que representan el heroísmo, los que defienden la democracia, los salvadores del Universo. Y una vez que logramos eso, hay algo que se puede hacer sin arrepentimiento, sin dolor, que es maltratar al otro. Porque hay que estar muy convencido de que uno es mejor para hacer sufrir a alguien”. Dicho al presentar su última película, Nuestra Tierra, un documental sobre el activista indígena Javier Chocobar, asesinado por la policía de Tucumán. Un crimen racista.

En Arte de Injuriar, Borges habla con su elegancia de “las recetas callejeras del oprobio” y dice que “el hombre de Corrientes y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres de todos, o quiere que se muden en seguida (sic) a una localidad que tiene varios nombres”. Hoy resulta curiosa la decisión de Borges de ubicar al que injuria en la esquina porteña de guapos, timba y trampa, pero los insultos que sugiere, esas puteadas clásicas, mantienen clara actualidad. Mentar a la madre sobre todo; nunca falla.

No en la esquina tanguera que cita Borges sino en Balcarce 50, sede del poder Ejecutivo de la Nación, su efímero y fortuito economista a cargo profiere denuestos como “brotes de irracionalidad administrada”, según una página de psiquiatría. Los dirige a la oposición política (que supo reprimir vaya a saber por qué el necesario pedido de retractación pública y/o la denuncia penal que por dignidad conviene) pero tampoco ahorra agravios contra artistas, médicos, enfermos, científicos, mujeres y viejos, niños, digamos, o sea, contra todo ser humano incapaz de apreciar la epopeya argentina jamás vista en la historia de la humanidad y de rendirle culto a su héroe y demiurgo: Él.

Y sin embargo hasta acá ha llegado. Con nosotros, pese a nosotros: enfermos mentales, mandriles, parásitos, soretes, mierdas, ratas inmundas, caranchos, burros, basuras, chorros, orcos infumables, ensobrados, malnacidos… en el curso de un año, más de cuatro mil ataques verbales en más de cien discursos detectó y analizó un equipo multidisciplinario -inteligencia artificial incluida- de LatAm Journalism Review. ¿Hacía falta?

 

VIOLAR

Sean cuatro mil o cuatro los ataques que caen como azotes inesperados, el látigo que empuña Milei descarga mortificación y duelo en cada mención soez dedicada a quienes él identifica como sus enemigos. Asombra la inventiva que lo asiste cuando tiene que insultar; por ejemplo, el recurso que utiliza para identificar al mandril con los vencidos. Un clic en el buscador de internet con la palabra mandril ofrece datos asombrosos, cualitativos, no numéricos. En primer lugar, aparecen ofertas muy raras de accesorios para taladros y rotomartillos llamados mandriles; luego, recuerdos enternecedores de la película El Rey León, cuando Rafiki, un mandril, celebra el nacimiento de Simba en la Roca del Rey, y en último lugar el mandril, ese animal al que acuden las divagaciones presidenciales para ofender y lastimar.

En la turbulencia de esas ideas, el mandril es reducido a su mínima expresión física, el eje obsesivo en que el presidente centra su discurso público: su retórica anal. Por libre interpretación, la serie mandril/culo rojo/violación concluye en alegre humillación al otro, el derrotado, el vejado. La sumisión por la fuerza tiene otra palabra favorita en el discurso oficial: domar. Sujetar, amansar, hacer dócil a un animal, según el diccionario. Ramplón y todo, es un giro retórico eficaz. Lo real que está pasando se esfuma por la espectacularidad del insulto. Se diluye lo importante. Qué está diciendo de nosotros, qué está haciendo con nosotros. El que la vio es Martín Kohan.

“Nos hemos habituado a convivir con el maltrato y el vituperio; es muy cansador, muy desgastante y muy embrutecedor. No pasamos un día sin dejar de ser objeto de agresión o testigos, eventualmente involuntarios, del espectáculo penoso de cómo alguien agrede a alguien. Esa violencia se estatizó, cobró forma en el discurso del Estado y dos o tres veces por semana tenemos que asistir a la fantasía de violación sexual del presidente de la República, que con escaso buen gusto o con incontinencia, más lo segundo, no puede parar de expresar públicamente su fantasía de someter sexualmente. La fantasía de violación anal se la dirige a sus adversarios, pero es una fantasía que el presidente descerraja sobre todos nosotros. Todo lo que dice es escabroso. Me parece preocupante que tenga esas fantasías, nunca convocadas en relación con el afecto o el placer, y además no tiene la cortesía de ahorrárnosla. Nos la comenta una y otra vez con una carga ensombrecida de agresividad”.

 

MATAR

Como algún encumbrado funcionario de gobierno en Neuquén, Varones Unidos denuncia impedimentos de contacto con sus hijos. Fue precisamente por el litigio por la tenencia de un niño que se pudo conocer la existencia del grupete de muchachotes resentidos Varones Unidos, de frecuente trato y recíproca admiración con el presidente de la República, el domador de mandriles. Fue por una noticia criminal reciente que quedó expuesta la trama íntima entre las ideas de Milei y las de tipos como Agustín Laje, Nicolás Márquez y Pablo Laurta. El último, asesino de la madre y la abuela de su hijo. Después de asesinarlas, retuvo por la fuerza al niño para afirmar su mensaje como abanderado de “los derechos humanos de la población masculina”. Márquez y Laje fueron invitados por Laurta a disertar sobre la tenebrosa ideología que los define y les da letra para el lloriqueo. Sonrientes todos, se sacaron una selfie, en cálida camaradería que, a la hora señalada, prescribió. Ni Márquez ni Laje dijeron palabra cuando Laurta cayó preso y cuando, corrido el cortinado, el tugurio quedó a la vista.

 

ETCÉTERA

Estoy siendo metafórica para nombrar escenas y personajes que trascienden la moral media y que expresan todas las formas de valores indeseables en cualquier sociedad: la estafa, la malversación, la crueldad, la deshonra, el egoísmo, la frivolidad, el desapego a la verdad, la pasión por el dinero, la humillación del débil y la caída de rodillas ante el poderoso, la megalomanía, el desdén por quien sufre…

En julio pasado, dejó de salir Pura Espuma, la columna de Juan José Becerra que entibiaba el frío de muerte que emana de la Casa de Gobierno. Otra pérdida más y van. El 15 de junio escribió esta maravilla con el título Todo falso. Acababan de mandar presa a Cristina y él ironizaba como sabe hacerlo; pero nada de lo que ironiza es falso. Dejo un fragmento y el link de la nota a continuación.

“El fallo de la Corte Suprema de Justicia contra Cristina es el corolario de un falseo, el ‘Premio Nóbel Judío’ no es el Premio Nóbel de Suecia, el precio del dólar es falso, el crecimiento de la economía es falso, las entrevistas que Milei les concede a Luis Majul, Johnatan Viale, Horacio Cabak y Gabriel Anello son falsísimas (aunque quizás menos que ellos), Manuel Adorni está falseado, la “amistad” que le profesa Netanyahu es falsa como es falsa la “genialidad” de su ex “amigo” Elon Musk, Fátima Flores y Yuyito González fueron sus falsas novias, es falso que no tuvo nada que ver con el criptomejicaneo de $Libra, Santiago Caputo falsifica el noble acto de fumar, el vozarrón criptogay de José Luis Espert oculta falsetes, Agustín Laje es un falsario, los bracitos engordados del Gordo Dan tienen músculos refalsos, etc.”

https://www.eldiarioar.com/opinion/falso_129_12385257.html

Intuyo que en el etc. de la enumeración incompleta de JJB está el preaviso: está harto. Ya no sabe qué decir, qué temas tocar, cómo tratarlos, en qué tono, si conviene el cinismo, si las nuevas canciones, si la democracia, la psiquiatría, la política… qué se puede decir hoy, JJ, cuando este sábado mismo, otros Unidos, como los varones Laje & Co, pero éstos, Unidos por la Sangre Derramada, estarán en la Plaza de Mayo, junto a los de Pañuelos Negros, y los de Prisionero en Argentina, entreverados con otra gente de tal ralea, buscando la revancha que no merecen. ¿Cómo es que sucedió esto? ¿es que esto está sucediendo realmente? El tumulto en el corazón sigue haciendo preguntas, dice Elizabeth Bishop, autora del poema El arte de perder.

…. … …

 

El arte de perder se domina fácilmente;

tantas cosas parecen decididas a extraviarse

que su pérdida no es ningún desastre.

 

Pierde algo cada día. Acepta la angustia

de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.

El arte de perder se domina fácilmente.

 

Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:

lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.

Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.

 

Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue

la última o la penúltima de mis tres casas amadas.

El arte de perder se domina fácilmente.

 

Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:

algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.

Los extraño, pero no fue un desastre.

 

Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto

que amo) no habré mentido. Es indudable

que el arte de perder se domina fácilmente,

así parezca (¡escríbelo!) un desastre.

 

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