“Siempre es una oportunidad tener niños con autismo o cualquier otra discapacidad en la escuela”

 El 2 de abril es el Día Mundial de concientización sobre el Autismo. Usamos la efeméride como excusa para conversar con Sandra Gacitua, Acompañante Terapéutica, para que nos regale pasajes de su trabajo con niñxs del espectro autista.

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Foto: Florencia Salto

Antonio es el nombre del niño que le cambió la vida a Sandra. En el 2007, un equipo de profesionales de la escuela en la que trabajaba le anunció que uno de sus estudiantes era autista.

—Una tenía las clases programadas como para todos, igualito. Pero, con Antonio había algo que irrumpía y tenía una forma de aprender distinta. Ahí tuve que aprender a llegar, a conectar con ese niño, a aprender de qué modo aprende y a qué tiempo.

Entender el espectro autista, tener herramientas para abordar a Antonio en el aula se convirtió para ella una necesidad.

—Me dije: esto es lo que me toca como docente y en ese momento, con Antonio en el aula, a los pocos meses de empezar el año, decidí estudiar Acompañante Terapéutico.

Sandra Gacitua hace 18 años que es maestra y 13 que es Acompañante Terapéutica. Dos profesiones, que para ella, tienen un punto en común: los niños, niñas y jóvenes.

Sandra, en tono pedagógico y tranquilo, explica la función de un Acompañante Terapéutico: es acompañar a ese niño o a esa niña en su vida diaria. Y en la escuela consiste en incluirlo con sus pares, con los adultos, trabajar en el desarrollo de sus potencias, detectar y fortalecer la atención sostenida, aumentar niveles de tolerancia frente a frustraciones.

Lo ideal, para Sandra, es que el Acompañante Terapéutico no sea una parte “ortopédica” de quien acompaña. Es decir, que si no está, el niño o la niña puedan desempeñarse y mantener su autonomía. La idea, explica, es que el Acompañante Terapéutico pueda también abrirse a los demás y ser parte del grupo de niños, niñas y docente. Todxs forman parte de ese conjunto, de ese grupo que es el aula.

Sandra explica que los niños y las niñas con autismo tienen alteraciones de sensibilidad. Por eso, se diseñan experiencias a través del juego, con texturas, con colores. Los trastornos del espectro autista son un grupo de afecciones muy diversas que se caracterizan – entre otras cuestiones – por tener algún grado de dificultad en la interacción social, la comunicación no sensorial, patrones atípicos de actividad y de comportamiento.

De sus años trabajando acompañando a Antonio tiene muchas anécdotas y experiencias, pero hubo una que le quedó marcada: a la hora de la merienda, Antonio tomaba y comía todos los días lo mismo: un juguito de manzana y tres galletitas en forma de anillo de la marca “Variedad”, una amarilla, una rosa y otra marrón. Él tenía una merienda diferenciada del resto. Porque siempre comía lo mismo.

—Fue una experiencia que permitió enseñarle al resto del aula que Antonio podía, deseaba o necesitaba comer solamente eso. Y que él no se animaba o no toleraba o no podía probar otra cosa. Así le enseñamos a los demás niños y niñas que Antonio tenía un gusto diferente, una forma de sentir diferente, una forma de aprender diferente.

La trayectoria de Antonio en el aula y su respeto le permitió a Sandra trabajar con el resto de las niñas y niños.

—El autismo y cualquier discapacidad nos da la oportunidad de poder aprender y de enseñar a mirar al otro diferente respetando esa diferencia. Si les enseñamos eso a los niños, tendremos adultos con más tolerancia, con más empatía.

Antonio hoy es grande y ya cursa el secundario. Ahora Sandra acompaña a tres niños: Guillermo y Tahiel que están en segundo y Joaquín en primer grado. Los tres están dentro del espectro autista, pero son muy diferentes. Por ejemplo, Tahiel usa el pelo larguísimo, no puede sentir el acero de la tijera en su cuero cabelludo. A Guillermo le corta el pelo su mamá. Joaquín, en cambio, disfruta de ir a la peluquería, pero no puede cortarse las uñas. Tahiel, todo lo contrario, con las uñas no tiene problemas, las tiene cortitas y prolijas. Tahiel tiene memoria de elefante y no tolera que lo besen ni lo abracen. Pero Guillermo sí, te agarra, te besa, te abraza. Joaquín mantiene distancia, a veces le gusta, otras no.

—Dentro de ese espectro tan amplio de autismo, encontramos todas estas cuestiones que los hacen diferentes en su singularidad.

A Sandra la enoja escuchar a sus colegas quejarse cuando tienen que hacer algún proyecto de inclusión en el aula.

—Nadie está preparado. Ni la familia está preparada para ser padres de un niño con discapacidad, de un niño, una niña autista.

Leer al investigador y  docente Carlos Skliar le ayuda  pensar estas experiencias: «podemos no estar preparados, pero siempre tenemos que estar dispuestos» ¿A qué?, se pregunta. Y se contesta: a estar dispuestos a dar el abrazo, a esa mirada con amor, a esa palabra con cariño y respeto. Eso hace la diferencia. Cuando estoy dispuesto, surge todo lo demás: mirar, acompañar, escuchar.

—Para mí siempre será una oportunidad tener niños con autismo o cualquier otra discapacidad en la escuela. Nos da la oportunidad de lo distinto, de buscar otras formas, de mirar diferente, de sentir, ver y experimentar que no todos aprenden igual, que todos sienten distinto, que está bueno hacer cosas nuevas, que nos interpela como adultos.

Y regala, por último, una reflexión sobre el trabajo en las escuelas. La inclusión, dice, tiene que ser de todos los docentes, de toda la escuela, porque circunstancialmente este año me toca a mí, pero si ese niño el año que viene pasa a segundo grado te va a tocar a vos.

—Si empezamos a ver y a sentir que todos los niños y las niñas de las escuelas circunstancialmente son nuestros alumnos, pero a la vez, son alumnos de todos y de todas, la inclusión será real.

 

 

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