LAS TRAVAS, ESTAS QUE SON

Por Mónica Reynoso

Ya nadie escribe cartas. Han cambiado tanto las costumbres que todo cuanto puedo evocar del pasado reciente se asimila con facilidad a los tiempos de cuando pastaban por acá los dinosaurios. Y si digo que de niña conocí gente y lugares remotos porque escribía y recibía cartas, cartas escritas en papel que iban y venían en sobres de papel, es posible que deba detenerme en explicaciones más precisas. ¿De qué estás hablando? me reprocharían. Pues del tiempo pasado, diría yo, el que se fue para no volver. La fugaz línea del tiempo que todo lo que hace es dispararse como una bala en una dirección que no podemos ni sospechar. Claro que el presente es eso, un presente, es decir, un regalo, un don que solemos agradecer, que recibimos sin haberlo pedido y que no obstante raras veces devolvemos. Aunque estos trepidantes días de furia lejos están de ser vividos como un regalo: lo único que queremos es acercarnos al mostrador y pedir que nos devuelvan la plata. Buenas noches y gracias. No se molesten, conozco la salida.

No vemos dos veces el mismo cerezo, ni la misma luna sobre la que se recorta un pino.

Todo momento es el último porque es único.

Marguerite Yourcenar. Una vuelta por mi cárcel

No es sólo que nadie escribe ni recibe cartas como hace apenas unas décadas sino que moverse en sociedad, andar entre la gente (“interactuar”, como se dice ahora) se ha convertido en una experiencia desagradable, irritante, áspera, cuando no peligrosa. Hablo de manejar un auto, tomar un colectivo, hacer un trámite (preferentemente nada que ver con la salud, ahí empeora), una compra, esas rutinas irrelevantes, los “terribles encantos” (Silvio Rodríguez) de este capitalismo en ebullición. Ni siquiera me refiero al somero registro del mundo que hacemos cada mañana con un ojo en el diario y otro en la pava en el fuego. Ni me detengo en lo que pasa (¿es una guerra?) allá lejos entre Ucrania y Rusia, ni en los hipermegaultramillonarios que de puro esplín terminan en el fondo del mar, ni en tantos y tantas que duermen y sobreviven en las calles y a quienes se ha decretado que es correcto denominar “personas en situación de calle”. Leí por ahí que la corrección política en el lenguaje viene a sustituir las acciones reales que no se hacen para remediar eso que está mal: la discriminación, la desigualdad, el abandono, la pobreza. Decir “personas en situación de calle” y no “personas de la calle” o “chicos de la calle”. Es cierto que si fueran “de la calle” sería necesario resignarse para siempre y admitir que la calle los/las/les tomó la vida para siempre. En cambio decir “en situación” ilusiona con algo circunstancial, pasajero, atisba un cambio que se espera mejor. Eso. Y eso conforta.

De ahí que el Día del Orgullo me volqué a releer a esas pensadoras de taco gastado, peluca y colosales tetas de fantasía, más de la calle que nadies: chicas trans, travestis, putas que sí, ellas sí, pueden decirse (desearse) “en situación”, a menos que se trate de las extraordinarias travas Lohana Berkins y Diana Sacayán, dos glorias argentinas “orgullosamente travas”.

Escribió Diana Sacayán, hace once años: “Si miro hacia atrás, como mínimo diez años, tengo la sensación de haberle ganado a la Diana excluida; la historia de la travesti pobre y triste ya fue. Este colectivo pasó de debatir (desde los ’70 hasta los ’90) si era legítimo que estos cuerpos transitaran la vía pública a pensarse como sujetos de derecho durante los 2000, para hoy hacerlo como sujetos políticos”.

Ese año 2012 Diana Sacayán integró una terna para postularse en la Defensoría del Pueblo de La Matanza. Y cuando se enteró, lloró. “Lloré muchísimo. Eran lágrimas de gloria, porque ya no somos las travas resentidas que tirábamos piedras. Obviamente, esto no es espontáneo, hay un contexto que permite hoy estar como estamos. El día en que los concejales en la reunión dijeron de mí que estaban frente a un cuadro político, con sólo escuchar esa frase yo me vengué en paz de ese policía que en el calabozo me golpeó, que después me siguió pegando en un pasillo, me rompió la cadenita que era el único recuerdo que me quedaba de mi mamá (qué increíble lo que pensaba mientras me pegaban). El tipo me pedía que dijera que estaba arrepentida de ser puto, que gritara que sentía vergüenza. Y lo que hice fue tirarle un escupitajo. Después vino alto palizón. En mis treinta y pico he vivido unos 70 años”.

Lohana Berkins, fundadora en 1994 de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual, compiló un exhaustivo informe nacional que describe las condiciones de vida y las cortas vidas de esa comunidad. Salió libro, lo tituló “Cumbia, copeteo y lágrimas”, un trío de palabras elegido porque “invocan experiencias y recuerdos” de travestis y trans. Cumbia: “la música que escuchamos y bailamos cuando nos celebramos”. Copeteo, el brindis y los convites al baile. “Las lágrimas llegan cuando la emoción está a flor de piel y se mezclan las añoranzas y la borrachera”. Historias de alegría y dolor, dice Lohana Berkins. Entre copeteo y cumbia, el informe (2007) consigna 192 personas fallecidas en el lapso de cinco años, por sida, en primer lugar, y asesinadas en segundo lugar.

Si llegaras a leer esto en un momento de bajón irremontable, buscate un video de Lohana Berkins: no sólo inteligencia, chispa, ideas claras; es energía pura, vitalidad, optimismo, voluntad, alegría. “Si volviera a nacer, elegiría de nuevo ser travesti”, repetía a quien la escuchara. Y deploraba “el relato testimonial y lacrimógeno de nuestro sufrimiento”, la opresión del sistema patriarcal y la ignorancia, “el arma más poderosa del sistema”.

En 2010 arrancó, con el motor Berkins a pleno, el Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género que reunía a más de quince organizaciones cuyo activismo culminó con la sanción de la Ley de Identidad de Género en mayo de 2012. Busquen la foto de Diana Sacayán ese día en el Congreso: le estalla la cara de felicidad exhibiendo nuevo DNI que reconoce su identidad. Está junto a la presidenta CFK el día que se promulgó la ley. “Puedo proyectarme de acá a un par de años y eso parece poco, pero es algo que hace diez años no podía hacer –dice Diana en 2012. Yo me imagino ocupando cargos políticos, porque ya sé que eso es para mí, y con la idea de que no se puede escindir la temática de la diversidad de los temas que nos tocan como personas en otros ámbitos. No se puede separar la clase social de la orientación sexual. Somos una organización que con muy pocos recursos y prensa pudimos armar una agenda que va mucho más allá de los temas lgbt”. Tres años después, a los 39 años, Diana Sacayán muere asesinada y su asesinato es caratulado “travesticidio”. Es la primera vez que en la justicia se usa este nombre.

Del Diccionario travesti de la T a la T. Por Marlene Wayar.

TRAVESTI (origen teatro francés)

En una época en que no les estaba permitido a las mujeres trabajar en la actuación, los personajes femeninos estaban interpretados por varones: los travestis. Pero lo interesante está en la apropiación: en principio, esto de “hacer de mujer” es una obligación que hace cualquier varón, porque desea ser actor, y se presta a hacer ese papel. Ahí es donde se va a colar la trava que quiere con todas sus ansias ese rol. “¡Yo quiero ese papel eternamente!”, va a decir, contenta con tener esa obligación de participar vestida y hecha toda una mujer.

TRAVESTI (origen comparsa y carnaval)

Los varones en murgas y corsos acostumbraban disfrazarse y parodiar el papel de las mujeres hasta que de pronto las travas dicen “córranse de acá” y se apropian de ese papel, se montan y terminan siendo las vedettes, admiradas y aplaudidas. Las travas llegan a esos lugares donde se pueden colar y de repente los revolucionan con su mismo ser.

TRAVESTI (categoría política)

Travesti es decir “yo soy esto, lo voy a hacer”. La teorización sobre qué es esto y cómo lo voy a hacer viene después. Me sale aquí recordar los textos de Camila Sosa Villada donde aparece la figura de su padre diciéndole a ella y diciéndonos a todas: “Te vamos a encontrar tirada en una zanja con sífilis, gonorrea, VIH, podrida”. Bueno, nuestra respuesta es: “Veré qué hago, primero soy, después enfrentaré esas amenazas que se me presentan desde mi propia casa como un destino”. Es una interpelación compleja ante una misma, ante la sociedad, de decir: Soy esto ¿en qué medida me lo vas a respetar?

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