VIVIR A VECES DUELE

Vivir a veces duele dice el aviso de un ibuprofeno en gel. ¿A veces? Refiere, claro, a los dolores de huesos y músculos, no del alma, que se agravan con la edad. Y propone remediarlos con el gel.

La frase, repetida con insistencia en la radio, picotea en un tema hondo del estar vivos, que es precisamente el dolor aunque no de artrosis, pero también. Somos este cuerpo imperfecto y perecedero cuya misión es anunciarnos, más intensamente a medida que pasa el tiempo, que el fin está cerca. No siempre nos da la ventaja suficiente para ir de a poco asumiendo el adiós y empezar a despedirnos en paz. Es cuando sin aviso el fin cae como un rayo, como Miguel Hernández escribió de su amigo Ramón Sijé en la Elegía. “En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería”. Escribió “se me ha muerto”, no “se ha muerto”. Escribió “con quien tanto quería”, no “a quien tanto quería”.

Para salir de la melancolía pero sin abandonar este planeta tan dirigido a la extinción total y por todos los medios, mejor hablemos de la riqueza, que es brillo, prosperidad y champán. La riqueza no como contracara de la pobreza sino como causa -taimada- de la pobreza. 

Damos por un hecho la sorpresa y el disgusto causados al amigo presidencial y multiarchimegamillonario Elon Musk cuando se publicó la última lista de ricos muy ricos en la revista Forbes. “A 1 de febrero de 2024, la persona más rica del mundo es Bernard Arnault, CEO del grupo francés de artículos de lujo LVMH; tiene una fortuna de 210.800 millones de dólares. Pasó a ocupar el primer puesto a finales de enero, superando a Elon Musk”, publicó Forbes Argentina.

Nueva cita para responder qué es LVMH: «LVMH son las siglas con las que se conoce a Moët Henessy Louis Vuitton, grupo creado por el multimillonario Bernard Arnault, un empresario hecho a sí mismo que empezó a sentar las bases de su imperio a finales de los años 80 y hoy es el hombre más rico del mundo”.

Wanda y sus Louis Vuitton.

Gracias a las carteras que Wanda Nara colecciona y con las que posa arrullándolas como si de criaturas se tratara, sabemos a qué se dedica Louis Vuitton. Pero la sigla LVMH comprende un grupo más amplio de productos cuyo común denominador es el lujo: perfumes y cosméticos Christian Dior, Guerlain, Givenchy; relojes y joyas TAG Heuer, Hublot, Bulgari; vinos y licores Moët & Chandon, Dom Pérignon, Hennessy. Las marcas se venden en 4.590 filiales en el mundo atendidas por 156.000 empleados que, queremos pensar, cobran sueldos a la altura de las ganancias de LVMH: miles de millones de euros al año. En Neuquén hay varios locales dedicados a la perfumería con precios inconcebibles para el común. Son muy exitosos en sus ventas, aunque usted no lo crea.

SI HAY RIQUEZA, QUE SE NOTE

Que un francés “hecho a sí mismo” y dedicado a la exaltación del gusto en fragancias y sabores sublimes le haya ganado al texano pedestre Elon Musk es el único comentario pasable que se me ocurre aquí. Porque nada de la lista Forbes puede amigarnos con el mundo contemporáneo y este desquicio infame de lujo y riqueza. La sola publicación de esta lista es un acto despreciable. ¿Con qué fin, si no se la combate?

Hay dos cosas que aumentaron en el mundo las últimas décadas: la cantidad de pobres y la fortuna de los ricos, que son cada vez menos. “La aritmética es brutalmente simple. Si menos de 100 personas controlan la misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres del planeta, el resultado puede expresarse con una sola palabra: desigualdad”. (La cita es del Banco Mundial). Es a costa de estos 3.500 millones de pobres que cien canallas nadan en la fortuna como Rico Mac Pato, que se zambullía en una habitación enorme llena de billetes.

La industria de la moda y del lujo es una muestra de la irracionalidad y el desdén con que gobiernan los gobiernos. Ha habido reyes y súbditos, amos y esclavos, pero nunca un sistema de propaganda tan eficaz como el que llega a diario a la intimidad de nuestra vida cotidiana: lo superfluo se presenta como un modelo a seguir. Tener equivale a ser. De esto está convencida, por ejemplo, la presidenta de Perú Dina Boluarte, que colecciona relojes Rolex y pulseras Cartier de 50.000 dólares. No sólo sucumbe a esas marcas exclusivas sino que le gusta mostrarlas. En eso tiene razón ¿para qué si no el gasto? Si hay riqueza, que se note.

Tampoco la secretaria general de la Presidencia, hermana y jefe del presidente Milei pudo resistir al llamado de la frivolidad. Cuando acompañó a su hermano en la visita al Papa vistió un suntuoso tapado Dolce & Gabanna y alguna revista notó que llevaba un Rolex bañado en oro y cristal en la muñeca.

Todo superfluo y carísimo. El lujo es vulgaridad, dijo alguno. Lujo es “abundancia de cosas innecesarias”, dice el diccionario. Y frente a millones que no pueden satisfacer necesidades elementales para subsistir -comer, vestir, pasear, descansar bajo un techo, ducharse con agua tibia y disponer de agua limpia- ¿cómo definir al lujo? ¿qué decir de la riqueza? ¿y de los ricos? Con los pobres se sabe bien qué hacer: ignorarlos o criminalizarlos. O ambas cosas a la vez. ¿Y con los ricos, qué hacer? 

Está en MUBI una película que respira y permite respirar el aire limpio de la sencillez y sentir la alegría de vivir. Como el tema de Lou Reed, se llama Perfect Days y es íntima y reconfortante como la canción. Una palabra japonesa resume el sentido de esta película: Komorebi. Define un momento de la luz captado entre las hojas de los árboles. Que es como decir que habla del curso mismo de los días, escurridizos como un río, fugaces como la luz.

https://www.forbesargentina.com/millonarios/las-10-personas-mas-ricas-mundo-febrero-2024-n47611

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