Graciela, la maestra revuelta

Desde que Graciela no está La Revuelta se propuso mantener su memoria viva, su legado activo, su risa presente, su fuego ardiendo, su mirada aguda e irreverente, su vida feminista aún en la ausencia. Se cumplen 3 años de su partida física y el aniversario coincide con un día de lucha docente, en las calles, ante el inicio del juicio a los policías que encabezaron la represión en Arroyito, en la que fue asesinado el maestro Carlos Fuentealba. Seguro hoy revoletea más cerca, abrazando a Sandra y a quienes con ella construyen justicia para Carlos.

Ilustración María Reboredo.

“La Gra aparece de repente en nuestras conversaciones, en nuestras acciones, pensás en la Universidad y está allí, más cuando todavía la presencialidad encuentra obstáculos en esa institución. Entonces encontrás lazos entre feminismo acuerpado, ausencia, presencia y pedagogía. La Gra es reflexión activa de situaciones, es interrogación y memoria feminista en nuestras vidas”, asegura Laura, de La Revuelta, quien además fue estudiante de Graciela en la Facultad de Ciencias de la Educación.

Graciela compartió innumerables luchas: docentes, mapuche, universitarias, feministas. Posibilitó diálogos, estiró los límites y habilitó pedagogías feministas en espacios políticos y académicos. Lo hizo siempre con otras, con otres, con otros, pensando y accionando en la colectiva. “Lo primero que se me aparece es esta imagen de trazadora de caminos. Junto a otras, la cuestión de lo colectivo siempre presente, nos abrió el camino a muchas de las que nos acercamos mucho después al feminismo”, afirma Julia. Flor la recuerda en el mismo sentido: “para mí ella representa la lucha feminista por los derechos humanos, por la educación, por el ambiente, denunciando el extractivismo junto al pueblo mapuche. Supo organizarse, luchar y construir, tanto en la calle como en el ámbito académico”.

“La Gra fue y es maestra para nuestra colectiva”, dice Ruth, su compañera desde esa primera marcha, el 8 de marzo de 2001, irreverente desde el minuto cero. Romina resalta los aprendizajes que dejó Graciela y que siguen presentes: “nos enseñó a abrazar y acompañar desde el feminismo las distintas luchas, a cuestionarnos los microracismos. Me enseñó que la Patagonia revuelta es lugar de resistencia (y sus abrazos refugio). Nos queda la enorme responsabilidad de mantener viva y ardiendo, la memoria colectiva”.

“Con la Gra aprendimos que se puede ser aguda, irreverente y desfachatada a la vez, con ella desarrollamos la tozudez colectiva argumentativa como agencia política. Significó la posibilidad de aprender a desear un horizonte lejano, muy lejano”, agrega Ruth, con el deseo presente, aún cuando la pérdida duele, cuando al mencionarla se hace un nudo en la garganta. “Nos enseñó a teorizar sobre nuestras cotidianeidades y a encontrarle el sabor a esa acción del pensamiento; a investigar, nombrar, analizar la fuente de los problemas para saber que las tareas por delante requieren de ensayos trabajosos. Sobre la importancia de movernos juntas aún en medio de diferencias y disputas sobre determinados hechos sociales y/o conflictos dentro de la colectiva (que siempre hubo y habrá). También nos instó a reconocer que dentro de las organizaciones feministas la romantización de las relaciones puede ser una catástrofe política”, reflexiona Ruth.

Belén repite que Graciela se fue demasiado pronto. “Ella junto a Ruth nos acompañaron en este proceso de aprender a ser Feminista. En esta vida elegida. En la lectura y sentidos de vida posible”.

Una escuela feminista y un espacio intercultural llevan su nombre, como homenaje y como memoria viva, para encontrarla en seminarios, en marchas, en textos, bailar con ella, imaginarla dando una charla, sosteniendo una bandera, sentirla. “Y a la Gra la encuentro. Siempre la sigo encontrando… en las pajaritas que llegan a la Casa Revuelta y se bañan en el charco que se forma mientras regamos, en el verde y tierno pasto, en los remolinos del río Limay y en el viento que a veces arrasa y, otras veces, hamaca”, siente Belén.

Graciela es una maestra que sigue enseñando, como asegura Belén: “nos hizo aprender de la muerte y las presencias, nos posibilitó seguir viviendo una vida feminista aún en el duelo de su pérdida y en su despedida colectiva”.

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